La categoría “condición humana” nos involucra a todos, a los primeros habitantes del planeta y a los actuales, a la gente de Extremo Oriente, estepa siberiana, África central, Europa, de las Américas y de cada rincón del planeta, pues los seres humanos tenemos comportamientos comunes que se enmarcan en parámetros definidos genética y culturalmente. La extrema maldad y la luminosa bondad son posibles conductas de cada individuo de la especie humana. La civilización global potencia los actos de beneficencia y restringe los negativos a través de sus sistemas normativos, con la intención de controlar la maldad en la medida de lo posible y fomentar las conductas que defienden la vida y su proyección.

El Estado de derecho es la forma institucional más elaborada para cumplir con esos objetivos. Se sustenta en principios y valores reconocidos como indispensables para que la vida social sea sostenible, entre los cuales están la protección de la vida, dignidad de las personas, libertad en todas sus formas, igualdad, democracia y otros que son los cimientos de la civilización y también sus objetivos inmutables, pues pese a que sean sus fundamentos, nunca son alcanzados totalmente porque el individualismo y sus derivaciones están siempre presentes y juegan un rol también decisorio. El Estado de derecho es el sistema de convivencia que, reconociendo la condición humana en todas sus expresiones, define los comportamientos y regula las conductas que destruyen, y también a sus opuestas.

El autoritarismo desconoce el Estado de derecho y, en muchos casos, utiliza venalmente esa categoría para imponer criterios y conceptos que en realidad son propios únicamente de quien ejerce un poder que busca someter y somete, dando lugar a la vigencia de formas totalitarias que han sido recurrentes y permanentes métodos de actuar de los hombres a lo largo de la historia en todas las culturas del planeta. En el autoritarismo, el individuo abandona su criterio propio para fusionarse con el de alguien externo al cual le atribuye la capacidad de pensar por él y por los otros. Discursivamente, el autoritarismo puede fundamentarse en los mismos principios y valores de la democracia, con la diferencia de que la opinión del autócrata es la que se impone como única válida, porque se considera que representa la voluntad de todos.

Esta ancestral manera de actuar forma parte de cada uno de nosotros, siendo a veces protagonista en los diferentes roles que cumplimos como seres sociales, sin que importe ni el espacio ni la función, pues puede caracterizar al padre de familia, esposo, agente de tránsito, profesor, rector, juez, funcionario o dirigente… a cualquiera y en cualquier escenario.

La invasión rusa a Ucrania, la masacre y destrucción que nos horroriza, es decisión de un gobernante autoritario que se atribuye la representación de la voluntad de su pueblo y actúa en su nombre, matando y devastando con el fin de conseguir objetivos personales que jamás pueden justificar el uso de la fuerza absoluta para subyugar e imponer su poder que, por definición, exige obediencia y proscribe el ejercicio de toda opinión disidente. (O)