Hace pocos años escuché una entrevista al presidente de la multinacional japonesa Suzuki. Al preguntársele qué pesaba a la hora de decidir si suscribía o no un nuevo contrato, el empresario respondió: “Solo imagino si puedo tragarlo. Si visualizo que no me pasa por la garganta, lo rechazo”.
La expresión del empresario es la misma que usamos cuando alguien o algo no nos convence: “no trago a esta persona”, “no me trago el cuento”. Así andamos los ecuatorianos: atragantados los unos, celebrando los otros (en aras de ‘la gobernabilidad’), con los pactos y coaliciones entre tres tiendas políticas singulares que anuncian su intención de no cruzar las líneas rojas establecidas. ¿Y si alguien las cruza o si las líneas rojas cambian de color y se vuelven azules, amarillas, moradas o verdes, qué nos espera? Porque es sabido que, en tiempos fluidos, líquidos, es consustancial la incapacidad para que las formas se conserven.
A la fecha en que escribo contamos con la directiva de la Asamblea Nacional (falta un vocal), así como de las 15 comisiones. Ni bien se empieza, encontramos conductas que se repiten en cada periodo legislativo de modo obsesivo. Por ejemplo, ¿qué hace E. Recalde en la segunda vicepresidencia?, o ¿por qué no se aprovechó la experiencia y conocimientos de los asambleístas para conformar las comisiones? Hay una responsabilidad moral al tomar tales decisiones.
Si nos preguntamos cuáles fueron algunas conductas que generaron desconfianza en el pasado y que no necesariamente extiendo a todo asambleísta, cito las siguientes: ineficiencia para tramitar leyes urgentes, rechazo constante a propuestas del Ejecutivo, falta de criterio para distinguir lo global de lo local, poca habilidad para debatir de forma argumentada, insultos vía digital o presencial, cambios de bancada, defensa de intereses partidistas por sobre los del país, ubicación en puestos claves de personas no confiables, amigos y familiares como asesores, divagación durante intervenciones, desinterés por quienes exponen, pactos bajo la mesa y/o con otros poderes, Comisión de Fiscalización y de ética un tanto tibios, condecoraciones a conveniencia, viajes locales o al exterior sin resultados claros para sus funciones: legislar y fiscalizar.
En suma, la nueva Asamblea se enfrentaría a varios desafíos: 1) Administrativo: lograr mayor efectividad, eficiencia y eficacia en su gestión; 2) Técnico: preparar intervenciones de calidad, enmarcadas en los escenarios y tecnologías del siglo XXI; 3) Político: impulsar el diálogo interbancadas sin exclusión, atendiendo temas relevantes y urgentes para el desarrollo del país (seguridad, economía, energía, empleo, salud, educación); 4) Ético: mantener la esencia del Parlamento, a través de la palabra y la ejemplaridad pública; 5) Cultural: generar una cultura de participación ciudadana, con propuestas creativas que inspiren a los jóvenes.
Escribía Hannah Arendt que un ser político se distingue por su capacidad para actuar concertadamente en busca de resultados nuevos. Asumir ese rol será el mayor desafío para el ingeniero Henry Kronfle y su éxito será el de todo el país. (O)