O “quémale las alas” o “pártele en dos”, para terminar siempre en “aplástale de un pisotón”. Así actuaban los niños “malos” hace algunas décadas cuando tenían a su merced a algún insecto. Me parece que las nuevas generaciones, en las que la mayoría está formada con cierto respeto a la naturaleza, no caen en este tipo de crueldades, pero hace cincuenta años era frecuente. Me he acordado de esas bárbaras prácticas al ver a este muchacho Bukele, que gobierna la República de El Salvador, dedicado a inventar tormentos, porque eso son, para causar malestar a los pandilleros que, es verdad, asuelan su país. Y más todavía me recuerdan a los perversos torturadores de insectos, los miles de entusiastas hinchas del gobernante centroamericano, cada cual sugiere un nuevo horror para infligirlo a cualquier delincuente.

La función esencial del Estado es defender a los ciudadanos. Si es incapaz de cumplir esa tarea es lo que se llama un Estado fallido. Defender a los ciudadanos es garantizar sus derechos. El momento en que un gobierno, que es el órgano ejecutivo de un Estado, se dedica a conculcar derechos también pierde su legitimidad y puede ser resistido. Todas las personas tienen derechos por el mero hecho de nacer, el Estado no les ha regalado ni la libertad ni la vida y debe respetarlas de manera absoluta. Por eso la pena de muerte es desde todo punto de vista ilegítima. Y lo mismo la tortura. Y las confiscaciones. Precisamente por eso hay que defender los derechos de los ciudadanos comunes, de las víctimas de delitos. Cuando se duda entre los derechos de un ciudadano y de un delincuente, prevalecen los de la persona atacada. Pero nada tiene que ver con la seguridad ciudadana que a un delincuente preso no le den de comer o le quiten el colchón.

La atroz situación de las cárceles ecuatorianas, en las que no pasa un mes sin una dosis de decapitaciones, es una expresión más de la ineficiencia del Estado. ¿Podemos esperar que una estructura que no es capaz de sostener el sistema hospitalario o el aparato educativo pueda manejar las prisiones y penales? Difícil, bien difícil. Las reacciones mediáticas a lo Bukele las vemos cada semana en América Latina. ¿Que aumentó la tasa de homicidios? ¡Saquen a los militares a las calles! ¿Que un bus se accidentó por mal estado de las llantas? ¡Cárcel para el que circula con medio milímetro menos del grosor establecido! Las herramientas favoritas de los Gobiernos del subcontinente ante cualquier problema son la militarización, el estado de excepción y la penalización de conductas que no son criminales. Soluciones contrarias al derecho y al sentido común, que a los pocos meses siempre son abandonadas, pero que son muy aplaudidas por las focas de ideas autoritarias que son millones. Hay que repensar el Estado y su relación con la sociedad. No es lógico creer que lo que no ha funcionado doscientos años va a funcionar ahora, incluso si se lo encargamos a personas honradas y educadas. Es una tarea para estadistas formados, con visión histórica y fe en sus propósitos, no para niños traviesos ni para tecnócratas sin imaginación. Mano fuerte, sí, pero sobre todo mano justa. (O)