Este título de sonoridad religiosa no alude solamente a una oración clave del catolicismo, sino a una vivencia extrema del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, a una vivencia de muerte. La recoge minuciosamente en el libro con ese título y es una proclama para comprender cómo estuvieron –y siguen estando– las cosas en Ucrania.
Luego de vivir un atentado en Kramatorsk, el 27 de junio de 2023, donde murió la escritora Victoria Amélina, por la caída de un misil sobre una pizzería donde comía, entre un grupo de clientes, la marca es tan grande que tiene que escribir un libro –pese a que trató los hechos en artículos en diario El País– para relatar un antes, durante y después del desastre. Lo primero es admitir que en un país en guerra la vida cotidiana no se detiene: sigue habiendo actividad económica y cultural. Por eso, una feria de libro en Cherkasy invitó al escritor a participar con su libro recién traducido al ucraniano, El olvido que seremos (2006).
El libro –un poco crónica o narrativa sin ficción– cuenta al ritmo de la memoria, de las asociaciones que genera el recuerdo y está tamizado por las emociones. Nos permite acompañar al autor en el viaje por trenes y vehículos, tanto para conocer Kiev como para acudir al Donestk, sector de la guerra, a la que temerariamente se aproxima el grupo que, por diferentes razones, acude a la zona de peligro. Estos tres colombianos –un gestor de paz, una reportera de guerra, Héctor Abad– con un guía y la escritora Victoria van creando una camaradería mientras se mueven, y la aguda mirada de Héctor toma nota –todavía no sabe para qué– de todo cuanto ve. Por ese escrutinio, el libro está lleno de detalles culturales del pasado de Ucrania y del presente bélico.
La inmersión en el país que solo ha tenido cinco años de libertad en el siglo pasado es instrumental respecto de la necesidad de comprender las actitudes de ataque –el imperialismo ruso– y de defensa –la supervivencia de una cultura con su correspondiente lengua–, que hasta el día de hoy defiende su independencia, aunque en 2014 haya perdido Crimea frente a su voraz vecino. Esta actitud aflora, para Abad, vivamente representada por Victoria Amélina (quien cuando la conoce tiene artículos publicados, poemas y novelas, ya traducidas al español), la mujer de 37 años con quien dialoga en inglés y le va contando lo que ha sido resistir desde siempre, cuando ella misma fue educada en Moscú, para que crezca convencida de la conveniencia de formar parte de Rusia, que tiene un adalid, según Abad, el más parecido a Hitler.
¿Existe el azar?, se pregunta el autor, porque la noche en que los cinco se sentaron ante una mesa él pidió cambiar de asiento para oír mejor a su colega colombiano, dado que tiene un oído deficiente. Ese cambio es la única explicación para que, cuando estalla el misil, un fragmento de hierro golpee la cabeza de Victoria, la suma en la inconsciencia y muera luego de dos días. Que la posición de los comensales sea producto azaroso no quita que una mente criminal haya decidido lanzar un ataque sobre gente civil. Abad se retira de Ucrania porque “soy un cobarde”, afirma, se fustiga y sufre. Cada línea del anciano vivo –tiene solo 65 años– parece un mea culpa, un grito contra las fuerzas malévolas de la subhumanidad. (O)