El agua hace posible la vida en la Tierra. Su ciclo va desde el aire hasta la tierra y el mar: el agua no solo da forma a nuestro planeta, sino también a casi todos los aspectos de nuestra vida. Alrededor del 97 % del agua de nuestro planeta es salada, y el 3 % es dulce. Incluso al ser una proporción tan pequeña, la mayor parte de agua dulce está almacenada en glaciares. Al intentar sostenerla en las manos, el agua delicadamente se desliza entre los dedos; sin embargo, en inmensas cantidades demuestra su poder, erosionando rocas, esculpiendo cañones y ecosistemas.

Todos los seres vivos guardamos una estrecha relación con este elemento, biológicamente lo necesitamos con desesperación y no podemos renunciar a él. Desde los microorganismos hasta la ballena azul –el ser más grande del planeta– experimentan la sensación de estar sedientos. Sin embargo, estudios fisiológicos demuestran que los humanos hemos evolucionado para tener una sed extrema y depender de una manera más fuerte de fuentes de agua, en comparación con otros mamíferos. Después de todo, dos tercios de nuestro cuerpo están compuestos de agua.

Asimismo, existen distintos tipos de sed. Aparte de la sed que tenemos en un día soleado o luego de comer algo salado, o cuando sudamos y perdemos minerales, hay tipos de sed que ningún líquido puede saciar. Hablo de sed de conocimiento, sed de explorar, sed de descubrir, de lanzarse a la aventura, tomar riesgos: sensaciones que solo los humanos podemos experimentar. Estos últimos tipos de sequedad que sentimos muy en nuestro interior van acompañados del empuje, valentía y voluntad. Y, aunque hablamos de sequía, es irónico que muchas veces aquella sensación de sed insaciable nos invada después de ‘la gota que derramó el vaso’.

Todos saben a qué tipo de sed me refiero, se siente tan fuerte que la boca se seca, sentimos una corriente por el cuerpo y la imaginación vuela. Nos vemos haciendo eso que tanto anhelamos, que ansiamos por conquistar, por superar, fronteras por romper. Y esto es algo que llevamos dentro desde que los humanos somos humanos. Si no fuera por aquella búsqueda por saciar esta sed de vida, no tendríamos intrépidos exploradores y científicos. Por nombrar algunos: James Cook, Thor Heyerdahl, Ernst Shackleton, Marco Polo, Amelia Earhart, Fernando de Magallanes, Marie Curie, Jacques Cousteau, Charles Darwin. En fin, la lista es infinita ya que cada uno de nosotros ha experimentado esta necesidad de saciar nuestra sed en algún momento de nuestra vida. Para algunos es migrar a otro país, soltar una relación, dejar todo atrás y empezar una vida nueva, cambiarse de carrera o trabajo, aprender una habilidad nueva, descubrir un talento. Esto, también requiere paciencia, después de todo poco a poco le entra el agua al coco.

Sin importar el tamaño de nuestras hazañas, es esta sed de vida la que nos une a todos los seres vivos, e incluso a esas personas que han hecho historia y cuyas proezas admiramos tanto. Cada vez que sentimos esta sed de cambio, de más, de desafío, estamos honrando nuestro legado como seres humanos y la esencia que nos une al todo. (O)