Los veranos de mi infancia se distinguían por el color del sol, el olor del viento y el placer de las cometas. Al crecer, mis sentidos se fueron difuminando hasta quedar en el color, el olor y el sonido rosado de los arupos. Los veranos dejaron de ser veranos cuando la vida se convirtió en trabajo.
Pero este verano volvió la luz del sol a poblar la historia. No cualquier sol, mi sol. No cualquier historia, la mía con mi nieto Yoursokiú. En sus 7 años nunca la vida nos había regalado tanto tiempo juntos. Por eso temo la despedida, por eso la aguaito quedito desde un rincón de mí misma, por eso intento que nadie se percate de mi abismo.
Quiero hacer un recuento de este verano por miedo a olvidar. Los viejos olvidamos con facilidad. Quiero repasar cada paso, cada lectura, cada risa, cada miedo, cada asombro. Quiero llenar las maletas de recuerdos para poder contar.
Su reto del verano era nadar y crecer para lanzarse por una resbaladera a la piscina honda, lo que nunca imaginé es que yo me animara a hacerlo a pesar de mi vértigo perpetuo. Pero ahí estuve, ¿quién dijo miedo? Sentí pavor, caí, nadé, salí: medio ahogada, medio aterrada, contenta, pero salí.
Este fue el verano de los contrastes: quiso saberlo todo de Baby Jesus y sus superpoderes, de Michael Jackson y su triste y exitosa vida, de los peregrinos y cómo tomaban agua si no había vasos, de Al Capone y de Van Gohg.
— Abuela, ¿por qué si hay iglesias de Baby Jesus no hay iglesias de Al Capone?
— Al Capone no fue un “good guy”, ¿te acuerdas?
— Sí, pero otros bad guys como él van a querer tener una, ¿right, abuela?
He caminado sin miedo por parques y plazas; he conducido un auto a una velocidad de 20 millas por hora y a 70 millas por hora, dependiendo del lugar y la carretera; he dejado mi cartera en una banca de parque mientras competía por tocar las nubes desde los columpios; he usado transporte y baños públicos; he saludado con bomberos y policías y vecinos y bibliotecarios…
En la tierra de Yoursokiú hay un gran condado y muchas ciudades con municipios independientes. Estas tienen un promedio de 45.000 habitantes. El impuesto a todo es del 8 % y el de la renta el 37 %. Todos pagan sin chistar, parece que ya vieron lo mal que le fue a Al Capone.
He vivido una vida prestada y ahora me enfrento a la despedida. Volveré al miedo, a la inmanejable ciudad de casi 3’000.000 de indisciplinados ciudadanos más machos que Al Capone, más sordos que Van Gogh y que siguen vivos gracias a algún milagro de Baby Jesus.
Vuelvo con el corazón arremangado porque la distancia es más mala que Cruella De Vil, pero también con el firme propósito de gritar, aunque sea bajito, que no es justo dejar esta Quito a los niños como mi nieto y a los jóvenes y a los viejos. No podemos seguir remando todos para distinto lado. Algo drástico habrá que hacer. Algo rotundo como dividir la ciudad en zonas gobernables. Algo definitivo como retomar Quito y salvarla.
Yo por ahora debo pulsar en el teclado la palabra adiós, pero tiemblo y no encuentro las letras. (O)