Algunos dirán que exagero, que los animales por su condición de especie inferior pasan solo rozando nuestras vidas, que la irracionalidad que les es propia minimiza su significado y su potencialidad de convivir con los humanos. Pero vengo aquí a negar todo eso. Mi amada pug se ha marchado definitivamente y el vacío que deja en mi casa es tan grande que repaso lo que recibí de ella para hacer más grande mi gratitud y más cálida su memoria.

Bastante teorizan los animalistas sobre la renovada visión que merecen las especies domésticas, como para que yo agregue palabras científicas. Con solamente disposición abierta y afectos, cualquiera puede participar de la especial relación que se puede entablar con perros, gatos y seres capaces de adiestramiento. Mi Frida estuvo a mi lado casi 14 años y su curva de existencia trajo felicidad en la medida en que comprendimos sus peculiaridades y armonizamos con sus inclinaciones. Era una perrita reservada, que demostraba su cariño casi con vergüenza, golosa y dormilona siempre que estuviera acompañada. Le pesaba la soledad, tal vez, por eso, el intercambio de miradas con ella atraía, electrizaba.

Los amantes de los perros hacemos comunidad, gozamos contándonos anécdotas de nuestras criaturas y coleccionamos imparablemente sus fotografías. Sufrimos horrores cuando nos enteramos de esos monstruos que los abandonan en las calles o los atropellan simplemente por no frenar un vehículo. Apoyamos todas las iniciativas de instituciones y centros que recogen a los callejeritos y vamos dejando recipientes de comida y agua por donde circulan los que se han perdido (luego de la consabida foto en las redes). Frente a los avisos de los usuarios que titulan “Se perdió Sasha”, yo aclaro “Me perdieron”, porque a los dueños nos corresponde la obligación del cuidado.

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No hubo para mí novela más triste que Desgracia (1999) de J. M. Coetzee porque el protagonista termina trabajando en una perrera que elimina y echa a un crematorio a los perros vagabundos. Ni más feliz que La mirada de Humilda (2022), del colombiano Sánchez Baute, que narra con la más tierna sensibilidad la relación de un escritor con una terrier elegida entre una camada de cachorros. Si Cortázar es famoso -también- por su afición a los gatos, yo soy de las filas de Saramago que recibía sus visitas flanqueado por tres perritos recogidos que, como pasa tantas veces, lo eligieron a él como su dueño. Y me gozo de los testimonios de nuestro escritor Juan Carlos Moya, que siempre tiene a su lado a su minúscula María Antonieta.

Como se ve, convierto a Frida en referente literario, la vinculo con perritos famosos o tal vez de papel. ¿Habrá existido el Flush de Virginia Woolf o el Sansón de la flamante Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, de Mónica Ojeda? Eso no importa. Bien situados en el corazón y en la memoria, esos seres nos regalan una sensación de vida y unos sentimientos especiales que están por encima de los esfuerzos que exige su acogida. Alguna vez un desaprensivo me dijo que lo que gastaba en mis cachorras lo podía entregar a causas filantrópicas. “Esta es una relación de amor”, repliqué. Y validé aquello de yo no soy su madre, pero ella sí es mi hija. Sé que el duelo pasará, las cenizas de Frida ya son objeto valioso de mi casa. Adiós, mi preciosa. (O)