Existe una cruel coincidencia en el trato otorgado a esa pequeña porción de terreno que está bajo nuestros pies en los campos agrícolas, donde conviven con las plantas miles de millones de microorganismos, tantos que en una cucharadita cabría el mismo número de habitantes del mundo, fragmento que en vez de caricias recibe agresiones hasta volverlo improductivo (47% en Ecuador). Ese comportamiento no difiere del que soporta el adolorido planeta Tierra en su conjunto, pues los líderes políticos han fallado en la protección de su atmósfera. En ambos casos hay normas inobservadas o promesas incumplidas; en el primero, no se aplicaron las vigentes leyes de protección; mientras en el segundo, la responsabilidad recae en los Estados que no honraron sus ofertas registradas en el Acuerdo de París de 2015.
Con mucha razón aseguran autoridades ambientales que apenas se ha cumplido con el 1,0% de reducción de la emisión de gases, que determinan el calentamiento global, muy distante del entusiasta ofrecimiento de llegar al 45% hasta el cercano 2030, para que la temperatura no rebase el promedio de 1,5 grados hasta el 2050, evitando culminar este siglo envuelto en los fatídicos 2,0 grados centígrados.
Las naciones, pequeñas o grandes, ricas o pobres, aceptaron contribuir con actividades y obras para eludir la conflagración ambiental, conforme consta en documentos con metas claras y precisas, remitidos por cada uno de los 197 Estados que suscribieron el Acuerdo, habiendo actualizado hasta el 2020 solo 75 (esperamos que Ecuador haya sido uno de ellos), pudiendo hacerlo, para disimular la mora, hasta la próxima reunión de Glasgow, prevista para noviembre de este año con motivo de la 26.ª Conferencia de las Partes (COP26). De los 18 grandes emisores, solo Reino Unido y la Unión Europea enviaron a tiempo, siendo insignificantes los aportes de los restantes, conforme lo dicho oficialmente por el Secretario General de la ONU.
Paralelamente, se acaba de revelar el resultado de una encuesta entre 1,2 millones de personas, en que dos tercios consideran al cambio climático como una emergencia mundial, varios países latinoamericanos, incluido el nuestro, concordaron con ese parecer; el 63% expresó la urgencia de su declaratoria, instando a los políticos, líderes sociales y legisladores a que intervengan con premura para enfrentarla, agravada ahora por las consecuencias del COVID-19, siendo una buena medida de recuperación, la ejecución de planes de resistencia y mitigación, especialmente en la agricultura, infalible proveedora de alimentos.
La encuesta es confiable por el tamaño de la muestra y la variedad de participantes, que calificaron como sobresalientes las líneas de conservación de bosques y suelos (54%), energía solar, eólica y renovable (53%), adopción de esquemas agrícolas respetuosos con el medio (52%), más inversiones en proyectos ecológicos y creación de trabajo (50%). El entendimiento de este prioritario tema está en relación directa con la capacitación recibida a tiempo por niños, jóvenes y adultos, no asumida por los Estados y sus Gobiernos, insensibles al calor agobiante que trastoca al planeta. (O)