La capacidad de sintonizar con la población no es divina, señor presidente, ni viene tampoco del puro instinto o de pálpitos. La acción política exige una combinación de múltiples instrumentos de investigación y el concurso de varios talentos de distintas disciplinas. No se trata de hablar, únicamente, con los que piensan igual a mí o de mi círculo más cercano, sino la toma de decisiones se confunde con una conversación de amigos que construyen la gobernabilidad desde la anécdota y la buena fe. Por cierto, nadie dice que ningún mandatario deje de hablar con sus amigos, agnados y cognados.

El éxito de un periodo gubernamental, sea corto, mediano o de largo plazo, depende de la capacidad de contar con información de calidad en todos los temas, asesores más inteligentes que el mismo mandatario, una mirada integral y global para no quedarse en el chisme de la farándula local, un propósito claro de transformación real del país, pero también honestidad acerca de las limitaciones y adversidades del contexto, así como de los problemas estructurales. Ganar las elecciones es un mérito, pero el éxito mayor es hacer una buena gestión sin sobredimensionar los logros, pues nadie exige a un candidato presentarse a elecciones. Hay que asumir las responsabilidades.

No hay que olvidar que en democracia, la gente al estar inconforme simplemente vota por otra opción en la siguiente elección.

Cuando se ganan las elecciones, se llega a la función pública por un tipo de mayoría, sin embargo, el ejercicio del poder exige gobernar para todos de igual manera. Y eso ya merece una buena dosis de madurez y aterrizaje a tierra. En un país como el nuestro, en donde la evidencia recurrente son la fragmentación política, el bloqueo, el clientelismo y la falta de consolidación de un sistema de partidos, es cuando más se debe buscar el diálogo para comprender la naturaleza de los problemas, escuchar las insatisfacciones de los diferentes grupos y sus intereses, y establecer agendas con acuerdos mínimos que nos conduzcan a un objetivo superior, caso contrario seguiremos con la personalización de la política y el ego como mecanismos de gobierno y justificación de errores.

Nadie ha dicho que es fácil gobernar un país, peor aún el nuestro, pero sí insistimos en el hecho de que las grandes transformaciones deben protagonizarse por iniciativa de la clase política, de quién lleva las riendas, si no para qué se presenta a elecciones y, además, para qué la elegimos. Hay dos acciones urgentes, aunque no sean rápidas ni inmediatas, la primera tiene que ver con el giro ético que necesita la política, empezando por cuestionarnos quiénes deben conformar las listas de candidatos a cualquier dignidad; y, segundo, buscar acuerdos en un Ecuador que vive el día a día y no se proyecta a 20, 30 o 40 años. Hay que cambiar la idea de gobernar como si fuese un sistema de riego por goteo a otro que nos amplíe la visión del mundo, empezando en nosotros mismos.

Presidente, abra la cancha, consulte a las voces con experiencia y ética. No es necesario que usted sepa todo, pero sí que tenga los elementos para decidir. (O)