La corrupción y la violencia son amenazas a la prosperidad y seguridad de Ecuador. A lo largo de mi vida he aprendido a amar al Ecuador. Este país es hermoso, rico en muchos aspectos, cuenta con una población trabajadora, luchadora, esforzada y solidaria. Sin embargo en la actualidad, esta imagen positiva se ve eclipsada por problemas graves que amenazan nuestro sueño de un Ecuador próspero y seguro.
Nos enfrentamos a olas de violencia sin precedentes en nuestra historia: robos, extorsiones, secuestros y asesinatos, crimen organizado, se han convertido en una realidad cotidiana. La gente está impávida e impotente frente a estos atroces actos. Sin lugar a dudas, la corrupción y la inseguridad son el peor problema que ha permeado todas las instituciones del Estado. ‘Líderes’ que deben servir a la nación, venden la patria por unas cuantas monedas al estilo de Judas, pero en lugar de besarnos la mejilla nos escupen la cara. La función pública ya no cumple su función de servir y buscar el bienestar común, ahora su objetivo es servirse y alcanzar beneficios individuales y particulares, sin importar las consecuencias o cuántas vidas se tengan que sacrificar. Esto va de la mano con una crisis de valores. Lo bueno, lo justo, lo honesto... ya no tienen valor. Dejar un legado ya no es un objetivo. La corrupción ha debilitado nuestras instituciones y creado un clima de impunidad que permite que los delitos continúen sin consecuencias.
Lo que ocurre es dolor y desesperanza, lo que ocurre es la muerte colateral de gente trabajadora, lo que ocurre es que muchos tienen que venderlo todo, dejar su patria y migrar a otros países, destruyéndose cientos de familias, lo que ocurre es la muerte de Agustín Intriago, de Fernando Villavicencio y de muchos ecuatorianos, ciudadanos niños, jóvenes, adultos. (O)
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Eliana Génesis Mejía Reasco, abogada, Guayaquil