Una de las reglas básicas de la vida es que cada efecto tiene una causa. Esta es una de las bases de la filosofía.
Los ecuatorianos, ya sea por una educación deficiente o superficial, no manejamos esto en nuestras actividades, y prácticamente a ningún nivel social: siempre vivimos de los impactos que producen los efectos y poco recurrimos a las causas. Esta es una herencia lamentable de un magisterio plagado de dogmáticos cerrados en pensamientos aprendidos de memoria.
Por ejemplo, el presidente del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, con su accionar de una actuación a otra, no supo evaluar el efecto que causaría la “orden” de un juez completamente despistado de sus responsabilidades. Hoy lo vemos con dubitaciones en las respuestas a la Corte Constitucional, tratando de defender, infantilmente, una actuación a todas luces ilegal. ¡Lamentable!
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Yendo hacia atrás en la historia, la creación de una tabla de consumo de drogas, sin haber definido las fuentes de abastecimiento, abrió las puertas al microtráfico de manera irresponsable.
Sigamos analizando. La creación de un Código de la Democracia como el que tenemos hoy, con una serie de resquicios y falencias, nos ha obligado a que la política se encuentre inundada en la mediocridad.
Y no vayamos tan lejos. Tenemos un sistema de justicia invadido en su órgano administrativo por una gran mayoría de personas de escasa preparación, tanto jurídica como cultural.
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Con todo esto, hay que tener presente quiénes fueron los que crearon todo este paquete de regulaciones que nos está dando como resultado la realidad de terror, miedo y peligro que vivimos. (O)
José Manuel Jalil Haas, ingeniero químico, Quito