El anónimo creador del popular dicho “para pelear hacen falta dos” nunca conoció a Tyler Durden, el protagonista de la película El Club de la Pelea, quien construyó un violento movimiento clandestino a partir de una sangrienta pelea contra sí mismo. En realidad, Durden padecía un trastorno disociativo de identidad, por lo que en su pelea se enfrentaba a la proyección de una de sus múltiples personalidades.

Basta un enemigo imaginario para iniciar una pelea, pareciese ser la moraleja tras la película. Pero ¿aplicará la misma ley a toda una sociedad?, ¿cuántos son necesarios para polarizar un país?, ¿podría dividirse un país con enemigos imaginarios?

La salida de Donald Trump de la Presidencia de los Estados Unidos es, sin duda alguna, una gran noticia, no solo para ese país, sino para mundo entero. Puesta a prueba, la democracia estadounidense logró salir airosa. No sin pagar el precio en vidas humanas, pérdidas materiales y en una profunda división social.

No obstante, y a pesar de que las torpezas de las últimas dos semanas de su mandato ratificaron la amenaza autoritaria que encarna, la historia pareciese no termina allí. La última palabra no está dicha aún. Así lo ha prometido el mismo Trump. Herido en su ego infinito, sin reconocer su derrota, rompiendo cualquier norma y tradición política afirmó justo antes de abandonar la Casa Blanca: “Volveremos, de alguna manera”.

Con ello adelantó que está dispuesto emplear el capital político que mantiene para continuar alimentando la desconfianza en las instituciones y la polarización política y social. Incapaz de aceptar la derrota, intentará mantener su discurso, en contra de cualquier evidencia. Para él los hechos no son importantes, sino un obstáculo por sortear.

¿Cómo puede una sola persona dividir tan profundamente una sociedad? No puede. Trump, en realidad no es sólo causa, sino también una consecuencia. Las divisiones políticas y sociales existen, y si bien él ha ayudado a profundizarlas, lo cierto es que la mayoría de ellas le anteceden. Y también le suceden. Siguen allí intactas. La pobreza y desigualdad ha aumentado durante varias décadas. Las diferencias entre los modos de vida de las grandes metrópolis y las ciudades pequeñas son cada vez significativas. Las identidades políticas de los dos grandes partidos políticos se han alejado hasta el punto de que muchos de sus simpatizantes no reconocen a los adversarios como miembros de la misma comunidad política, del mismo proyecto de país.

Para polarizar una sociedad, es necesario un liderazgo populista que exacerbe las diferencias, manipule las emociones, tergiverse la verdad y siembre temores. Sin embargo, el liderazgo populista no es suficiente. Para dividir a una sociedad hacen falta algunas condiciones políticas y sociales. Problemas reales que sirven de caldo de cultivo para la desconfianza.

Por esta razón despolarizar requiere un esfuerzo distinto. Vencer a los líderes populistas es un extraordinario paso. Pero insuficiente. Especialmente cuando estos prometen mantener el discurso polarizante.

Para despolarizar una sociedad y unir lo que ha sido dividido es imprescindible reconstruir la confianza para que unos y otros vuelvan a reconocerse como ciudadanos de un mismo proyecto, de un mismo país. Ello demanda un esfuerzo colectivo sostenido en el tiempo que involucre distintos sectores de la sociedad: partidos políticos, sociedad civil, medios de comunicación, instituciones públicas, ciudadanos, para integrar a quienes han sido dejados atrás, para cerrar las brechas sociales, corregir las injusticias y las desigualdades, para reconstruir las esperanzas.

Es posible despolarizar y volver a unir una sociedad. No es una tarea sencilla, pero quizás el resultado final podría ser una democracia más justa y sólida. (O)