Después de ver lo que sucede en el mundo gracias a la maravilla de la comunicación moderna; de leer las barbaridades que nos rodean; de comprobar que vamos perdiendo en la lucha contra el femicidio; de ver un reportaje donde se informa que hay viajeros a Galápagos que falsean los resultados de la prueba del COVID, es claro que la sociedad y nosotros mismos necesitamos un giro profundo. Y éste sólo puede sustentarse en los valores, en decisiones nacidas de lo más profundo de nuestro ser, en un examen verdadero de conciencia que nos permita exponer ante nosotros mismos las conclusiones sobre el camino que hemos recorrido. Ese giro nos puede acercar a la felicidad.

Marián Rojas Estapé, famosa psiquiatra española, dice algunas cosas importantes: 1.- “el primer paso para intentar ser felices es conocer qué le pedimos a la vida”; 2.- “nuestra forma de ser es la base de la verdadera felicidad”; 3.- “la felicidad pasa necesariamente por volver a los valores”. En definitiva, necesitamos llegar a aquella parte de nuestro yo que nos lleve a cambiar de verdad. Una vez en ese destino muchas cosas son posibles: forjar nuevas y nobles luchas, retomar las abandonadas, replantear nuestra conquista del mundo y la búsqueda de la felicidad, reconducir nuestra vida profesional, perdonar a quien inmerecidamente nos ha dañado, etc.

Los replanteamientos individuales y colectivos nacidos de la verdad se han convertido en una necesidad, en una condición necesaria para lograr el progreso de la sociedad y de los individuos. Es demasiado malo a donde hemos llegado. Este mal destino refleja sin duda carencias profundas, inconciencia, temeridad, y en ocasiones maldad. Pero es también una oportunidad para cambiar.

Debemos forjar un buen futuro reconstruyendo lo que está mal y desterrando lo que nos daña. En todas las perspectivas, en todas las áreas y en todos los enfoques debemos buscar imprimir el sello de la nobleza, de la bondad, de la solidaridad. No queda otro camino. Siempre debió ser esa la ruta, pero si no lo fue no es el momento del lamento sino del nuevo rumbo, del cambio verdadero.

La corrupción, el maltrato, la inconciencia, la temeridad son síntomas, son expresiones, no son causa; ésta nace de concepciones equivocadas, de desubicaciones graves por diversas razones, de ausencias, de decepciones. Todas son esencialmente superables; en algunos casos con ayuda de diverso tipo, con el apoyo de liderazgos verdaderos, que no necesitan publicitarse. El verdadero líder convoca con su ejemplo más que con la palabra. Su llamado implícito a seguirlo proviene de su modelo de vida, de su lucha, de su nobleza, de su visión.

Nos urge cambiar y seguir las luces de los auténticos liderazgos. Los deportistas y los maestros son típicos líderes. Carapaz lidera con su visible esfuerzo y humildad; los profesores rurales con su lucha en medio de las carencias materiales. La nobleza es en sí misma líder, una líder urgente y necesaria que nos puede cambiar la vida.