Acaba de estrenarse El baile de los 41, una película mexicana que narra –de manera que puede ser considerada escandalosa– los avatares de un grupo de hombres que hace 119 años se reunieron a festejar solo entre ellos, varios vestidos de mujeres. Luego de ser detenidos, aun sin una ley que lo permita, quienes no pudieron comprar su libertad terminaron pagando con trabajo forzado lo que hicieron. Hoy, aunque las personas cambian a paso más lento que la tecnología, se puede plasmar esta historia en una pantalla sin temor a la censura.
Hace poco, el papa Francisco causó cierta alegría al defender públicamente el derecho de las familias homosexuales a ser protegidas bajo la ley, es decir, a formar una unidad tan válida como cualquier otra. No dijo que la iglesia tiene que aceptarla, pero es un paso hacia –justamente– la concordia familiar, pues muchos jóvenes y adultos permanecen separados de sus seres queridos por salir del canon. A algunos les ha ido igual o peor que a los 41, pues en Ecuador hay evidencia de que todavía operan las llamadas “clínicas de conversión”, que no son más que operaciones ilegales de tortura.
A pesar de que mañana se cumplen 23 años de la despenalización de la homosexualidad en el país, nuestras prioridades personales continúan desalineadas a las legales, e incluso las morales y religiosas. El padre que quiere desheredar al hijo gay, la madre que ha cortado lazos con su hija lesbiana porque temen que la homosexualidad va a acabar con la familia, cuando son ellos quienes la están dando por perdida. Familias hay de muchos tipos. Las de una persona que ha decidido que sea así, las de varias generaciones viviendo bajo el mismo techo, las que se mudan donde la suegra mientras terminan la casa, las de amigos que comparten gastos y vivencias. Y las de dos mujeres o dos hombres que han decidido vivir juntos en pareja.
Este 27 de noviembre, el Taller de Comunicación Mujer presenta los resultados del estudio en Cuenca, Guayaquil e Ibarra sobre la violencia y discriminación contra mujeres lesbianas, bisexuales y personas trans, que encuentra que siete de cada diez han sido vulneradas en sus derechos debido a su identidad sexual y de género. No son las únicas víctimas en un país donde los conductores asesinan en cámara a ciclistas violando leyes básicas de tránsito o insultan de la manera más vil a agentes de control, pero destaca que sea tan común.
Esta falta de tolerancia muestra que los logros en convivencia en Ecuador son escasos: las personas se aferran a lo que conocen y buscan la libertad de creencia solo para ellos. Pero, más peligroso aún, explica el absoluto desdén por el bienestar de los otros, que es lo que nos mantiene como ecuatorianos contra la pared, incapaces de buscar caminos en conjunto.
Quiero pensar que los padres pueden superar sus temores para que los hijos que tienen otra opción sexual cuenten con ellos, en las buenas y en las malas, pero especialmente para cambiar el mundo para bien. Porque hace falta más aceptación que rechazo y más unión que desprecio entre nosotros, las familias deberían hacer el esfuerzo de acoger sin discriminación y enseñar cómo se hace. (O)