Podríamos decir también de caníbales a paramilitares, o a narcos, algo de todo eso hay. Son posibilidades hipotéticas elaboradas por mi cuenta con base en información muy significativa que encontramos en el libro Colombia, el país de los extremos, del diplomático, periodista e historiador ecuatoriano Eduardo Durán-Cousin. En esta obra se emprende un análisis de la contradicción profunda, de la paradoja dolorosa de un país industrioso, enorme, rico y, sin embargo, sometido a una inveterada sucesión de guerras, crímenes y atrocidades. El autor explica la historia y la sociología de ese pueblo en un trabajo minucioso y documentado que se refleja en un volumen de casi ochocientas páginas.

Encuentra Durán-Cousin que un factor que contribuye a esta situación es la particular geografía de un territorio cinco veces más grande que el Ecuador, con abruptos encrespamientos orográficos, que definen regiones aisladas, en las que ha sido complicado imponer la autoridad de un Estado, sea el colonial español, sea el republicano independiente. Describe el autor que sobre este complejo escenario se desarrolla una población en la que se manifiestan determinados atavismos étnicos. En sus pobladores precolombinos se encontraban ya las mismas tendencias que se advierten en la actual república. Por una parte estuvieron pueblos aficionados a la guerra y a la brutalidad, que practicaban habitualmente el canibalismo; y por otra, etnias muy entregadas al comercio y a la producción. Esta dicotomía ya la observaron los cronistas de la conquista. Las zonas en las que habitaban tribus antropófagas y guerreras coinciden notablemente con aquellas en las que se han presentado brotes de violencia recurrentes, mientras que en las que habitaron grupos más tranquilos y productivos han mostrado más inclinación por la paz y la estabilidad. Esta identidad histórica algo debe significar, en el libro se lo señala como un vector más y no como una determinante.

Muestra de la extremada paradoja de la historia colombiana es que, a pesar de las espantosas guerras civiles y de la insurgencia armada casi permanente, el civilismo ha prevalecido en la forma de gobierno y en las instituciones políticas. El país ha sufrido apenas dos dictaduras militares, ni demasiado largas ni demasiado tiránicas, en todo caso lejos de la tumultuosa historia constitucional o inconstitucional de los demás países latinoamericanos. Y, así como ha habido decenas de “guerras” o conflictos armados, ha habido nada menos que setenta procesos de paz. Situación esta que augura pocas esperanzas a la “paz” en marcha desde 2016, que en efecto ha sido parcial y azarosa. A diferencia de los otros países del continente, como Perú, México y Ecuador, que fueron conquistados en un solo proceso de dominación, Colombia lo fue desde cinco puntos e intenciones. Este será otro componente que contribuirá a complicar el desarrollo de la nación colombiana. Y no es posible mencionar aquí otros elementos importantes. Así, paradójicamente por sus respetables dimensiones, la obra de Durán-Cousin es en realidad una síntesis aclaradora de una problemática extremada e irreductiblemente compleja. (O)