Como si no ha pasado nada en Bolivia –y parece que suponen o están seguros de que los pueblos que gobernaron sufren de pérdida de la memoria–, con motivo de la posesión del nuevo gobernante, Luis Arce, auspiciado por el Movimiento al Socialismo, partido que lidera Evo Morales (quien gobernó autoritariamente por 14 años y quería quedarse en el poder per saecula saeculorum, pese que el pueblo le dijo NO en el referéndum que convocó para ser candidato por cuarta vez), se reunieron en un verdadero aquelarre y suscribieron una declaración denominada “Declaración de la Paz”, el presidente boliviano, su homólogo argentino Alberto Fernández y Pablo Iglesias, segundo vicepresidente del Gobierno de España; además, fueron respaldados por los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador), Dilma Rousseff (Brasil), Alexis Tsipras (Grecia). Se sumaron dirigentes y candidatos presidenciales de la llamada izquierda, como Andrés Arauz (Ecuador), Danien Jadue (Chile), Gustavo Petro (Colombia), Verónica Mendoza (Perú), el líder de Francia Insumisa, Jean Luc Melenchon, y su homóloga Caterina Martins, del Bloco de Esquerda Portugués.

En el aquelarre mencionado señalaron que: “La ultraderecha que se expande a nivel global, que propaga la mentira y la difamación sistemática de los adversarios como instrumentos políticos, apelando a la persecución y la violencia política en distintos países. Promueve desestabilizaciones y formas antidemocráticas de acceso al poder”. Esa declaración es como dice el aforismo popular: “El burro hablando de orejas”. Ellos no dicen que son fieles seguidores del Foro de Sao Paulo, ese club de terroristas, propulsores del narcotráfico, dictadores, subversivos que ahora se han mimetizado con el nombre de Grupo de Puebla (la misma jeringa con distinto bitoque) y quieren volver y entrar, como el Caballo de Troya, como ya lo hicieron en varios países: Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y Cuba (la dictadura perpetua).

Los mismos que dinamitaron la democracia, corrompieron a la sociedad, amordazaron a la prensa libre, judicializaron la protesta social, encarcelaron a los dirigentes que se oponían al autoritarismo, debilitaron a las Fuerzas Armadas, corrompiéndolas; cooptaron la justicia, desinstitucionalizaron el país, saquearon impunemente las arcas estatales, organizaron hordas de maleantes armados para reprimir brutalmente a las protestas sociales y pretendieron perennizarse en el poder.

En síntesis: sumieron a los pueblos en la más absoluta pobreza, destruyeron la capacidad de reacción y la voluntad de lucha de la sociedad y gobernaron a punta de garrote.

El aspirante a la presidencia por el correísmo, Andrés Arauz, declaró que, al igual que Evo Morales regresó a Bolivia, Rafael Correa también regresará al país; ojalá que a cumplir los 8 años de prisión a los que fue sentenciado por corrupto.

Normalmente, los dictadores se creen imprescindibles, insustituibles, encumbrados en su vanidad y en su falso mesianismo, no terminan de aprender las lecciones de la historia, se vuelven adictos al poder y tratan, a toda costa, de perennizarse y proclaman: “Volver por más”. (O)