Una de las realidades que más han inquietado e inquietan a los humanos es la sexualidad. Es alimento frecuente de los medios de comunicación.

Unos comunicadores pidieron al papa, encerrado en un avión, hablar acerca de la sexualidad. Unos, para que la ilumine doctrinalmente; otros, para condimentar frases del papa Francisco. Unos publicaron como clara, otros como ambigua una supuesta afirmación, según la que este “papa moderno” habría cambiado el magisterio de la Iglesia acerca de la homosexualidad.

Recojo de ciertos medios algunas afirmaciones: –El papa se declara a favor del “matrimonio” entre homosexuales. –“Los homosexuales son hijos de Dios; tienen derecho a una familia. No se puede echar de la familia a nadie ni hacerle la vida imposible por ello”.

Notemos que Francisco no habló de matrimonio, sino de unión civil. “Debemos crear una ley sobre las uniones civiles. De este modo los homosexuales tendrían una cobertura…”. Francisco afirma: “Tienen derecho a una familia, a vivir en una familia”; no afirma el derecho a tener progenie por diversos medios, como la bioética. El usar ambiguamente la palabra unión, evadiendo la palabra matrimonio, es obscurecer la enseñanza de Francisco. ¿Qué dice la Palabra de Dios? En el primer capítulo del Génesis se afirma: “Creó Dios al hombre… macho y hembra los creó. Y les dijo sean fecundos, multiplíquense”. Dios confía al hombre no solo la fecundidad sexual; también la de conocer, “dominar, someter la tierra”. Dios no encierra la fecundidad en la unión sexual.

La humanidad entera ha reconocido en escritores, como Miguel de Cervantes, autor de Don Quijote de la Mancha, en pintores, como Leonardo da Vinci, en poetas, como Virgilio, etcétera, la fecundidad espiritual. Es inútil encontrar fecundidad también en la bioética; pues son inmorales la fecundación asistida, la inseminación en vientres de alquiler. Los humanos a lo largo de la historia, en unas culturas más que en otras, han reconocido un rasgo espiritual en la unión sexual humana, superior a la de otros animales. En el pueblo de Israel, ya antes de Cristo, es evidente el reconocimiento de la dignidad del desposorio. Cristo compara la unión de los desposados, varón y mujer, con su unión de Él con la humanidad redimida.

Los creyentes descubren la verdad, según la que la “felicidad”, el amor de Cristo, es ser feliz haciendo feliz; el amor de Cristo no es ante todo tomar, menos aún usar; es entregar su vida para la vida “del mundo”. Una humanidad inmadura no acepta este lenguaje del amor fecundo, que se da a luz con dolor.

Cristo añade a la unión del varón y de la mujer una nueva finalidad, la de ser un sacramento, es decir, un instrumento transmisor de su vida: los esposos transmiten el uno al otro la vida de Cristo.

Cristo hace de la unión de los esposos un medio para transmitir su vida, como el agua es en el bautizo: instrumento de transmisión de vida. Los esposos, dándose, se dan la vida de Cristo.

Cristo eleva la unión matrimonial a medio transmisor de vida divina; pero no suprime en la vieja realidad toda dignidad humana. (O)