Ríos de tinta han corrido por las sorpresas que dejó la elección boliviana. Como era de esperar, inmediatamente se formularon las más variadas hipótesis sobre las causas que llevaron al holgado triunfo de Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo, MAS. Tampoco faltaron las especulaciones sobre la manera en que manejará la relación con Evo Morales, el caudillo en torno al que giró la política de ese país por casi tres lustros. De unas y otras se pueden extraer enseñanzas para los otros países, en especial para el nuestro que está ya en la carrera electoral.

De la identificación de las causas cabe recoger las explicaciones que ponen énfasis en la división de las fuerzas opositoras al MAS, los errores de la campaña de Carlos Mesa, el pésimo desempeño del gobierno de la señora Áñez y la incidencia de la pandemia. Esos factores fueron retroalimentándose a lo largo de los meses para ir creando un estado de ánimo adverso a unas candidaturas que, con escasas variaciones, asentaron sus campañas en el temor al regreso de Morales. No consideraron que eso llevaba a la polarización y que esta beneficiaba únicamente a quien intentaban combatir. La mayor responsabilidad en ese sentido recae sobre el gobierno que, obnubilado por su fundamentalismo, fue incapaz de asumir su carácter transitorio y actuó con absoluta irresponsabilidad. Así, los intentos de Mesa por ocupar el centro fueron insuficientes y quedaron sepultados con el abrazo de la muerte que le dio la presidenta al apoyarle implícitamente con la declinación de su candidatura. En todo esto jugó un papel fundamental el factor tiempo, ya que se puede suponer que, si la elección se hubiera realizado a comienzos de año como estaba prevista, el resultado habría sido diferente.

La enseñanza que puede quedar para los políticos ecuatorianos es que buena parte de la población se moviliza en favor de quienes aparecen como perseguidos. Seguir lanzando la artillería contra ellos, una vez que fueron irregularmente calificados, es un bumerán. Además, la incapacidad de sintonizar con ese estado de ánimo de las personas de carne y hueso pasa factura incluso a quienes esas mismas personas consideran que serían excelentes mandatarios. Por bueno que sea el potencial presidente, sus estrategas deben considerar que, conforme pasa el tiempo, los electores se guían más por el recuerdo de la época de las vacas gordas que por las barbaridades que hicieron quienes las ordeñaron. Hacer girar la campaña sobre esos ejes es un suicidio lento con fecha preestablecida.

Las especulaciones sobre lo que puede suceder en adelante se han concentrado en la ya mencionada relación del nuevo presidente con Evo Morales. Pero para especular sobre el rumbo que pueda tomar esa relación hay que considerar las condiciones en que Arce asumirá la Presidencia. Esas condiciones obligan a invertir el espejo y ver la realidad boliviana a la luz de procesos vividos en otros países, incluido Ecuador. Una opción es la del argentino Cámpora, un guardián del puesto hasta el regreso del líder. Otra es la del colombiano Santos y del ecuatoriano Moreno, que rompieron los respectivos cordones umbilicales, cada uno con resultados muy diferentes. Las condiciones económicas apuntarían a un escenario Santos, pero las políticas a un Cámpora sin renuncia. Ya se verá. (O)