Hay o ha habido elecciones en varios países del continente, los resultados en un país repercuten en otros. Si se trata de Estados Unidos, con mayor razón. Casi que habría que inventar algún sistema para que los países más directamente bajo su influencia inmediata puedan votar por los diferentes candidatos, porque lo que sucede allí afecta nuestro presente y nuestro futuro…
En estos momentos se plantean las preguntas fundamentales sobre cómo enrumbar el presente y el futuro. Los políticos, organizaciones, empresarios, filósofos, historiadores hacen oír su opinión. Hay que escuchar todas las voces, y no perderse en la cacofonía que muchas veces se presenta. Entre esas voces ha surgido, el 3 de octubre, una que ejerce influjo en millones de personas porque es la de su líder espiritual, el papa Francisco, pero que concierne a todos, no importa el credo. Todos hermanos se llama el documento firmado en Asís sobre la sepultura de Francisco el buena gente, el santo de la fraternidad universal, de la comunión con todo y con todos, el santo de la frescura y la sencillez. En una época histórica de tanto desconcierto, de profundas crisis, en este cruce de caminos, donde lo que elijamos y hagamos hoy orientará nuestro futuro como humanidad, es importante aprender de quienes tienen una visión amplia del devenir común.
Cuando nuestra casa común, la Tierra que habitamos, es observada y fotografiada desde el espacio, se ve un pequeñísimo punto azul en medio de millones de otras luces, pequeñas y grandes. En ese polvo cósmico transcurren la vida y los sueños de millones de personas que viven hoy y han vivido a lo largo de cientos de miles de años. En él se construyen sueños, se edifican casas, se realizan inventos y se descubren conexiones profundas, en él la inteligencia floreció como fruto maduro de todo un proceso que nos condujo a ser lo que somos y lo que poco a poco vamos siendo. En esta Tierra se manifestó el amor, pero también las guerras.
Hemos resuelto problemas difíciles, mandado seres humanos a la luna, telescopios que descubren agujeros negros y otras galaxias, pero no logramos resolver los problemas de pobreza e inequidad en el mundo. La solidaridad, la ternura, no tienen valor político, no atraviesan el quehacer rutinario de presidentes, ministros, dignatarios y funcionarios de diferentes niveles. Es un barniz superfluo.
Sin embargo, Francisco apoyándose en Gandhi dice que la política es un gesto de amor al pueblo, el cuidado de las cosas comunes. Amor y cuidado, dos palabras bastante alejadas de la avalancha de corrupción que nos entierra. ¿Por dónde empezar? El papa es contundente: “No esperen nada de arriba porque siempre viene más de lo mismo o todavía peor; empiecen por ustedes mismos. Es posible comenzar desde abajo, desde cada uno de nosotros, a luchar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo”. Para construir un nuevo modelo de hacer política, de relacionarse sabiéndose responsables de cuidar e integrar en un modelo de fraternidad universal, la amistad social que se reconoce en hechos y políticas concretas, en el cuidado de los más frágiles, la cultura del encuentro y del diálogo, en el servicio de la equidad y dignidad humana. (O)









