Habría que preguntarse si una postura democrática de Evo Morales y el Movimiento Al Socialismo (MAS) en las elecciones de hace un año le habría evitado a Bolivia una crisis política y económica tan profunda como la vivida desde octubre del 2019. La interrogante surge a propósito del inapelable triunfo del candidato del MAS, Luis Arce, con una diferencia de más de 20 puntos sobre Carlos Mesa, en las elecciones de este domingo. Un triunfo arrasador que ratifica al MAS como el mayor partido de largo en Bolivia.

Morales se vio forzado a renunciar en octubre del año pasado después de una ola de protestas en todo el país en rechazo a lo que se consideró entonces como una reelección fraudulenta. El líder del MAS también había impuesto su candidatura para un cuarto periodo presidencial a pesar de las prohibiciones constitucionales para hacerlo y la derrota en un plebiscito que consultó a la población si quería o no la reelección indefinida del presidente en la Constitución. El doble escenario de sospechas de fraude e imposición de Morales como el eterno presidente llevaron a la crisis política de octubre con un gobierno interino de extrema derecha, respaldado por los militares, sin ninguna legitimidad, que intentó por todos los medios sacar de la escena al expresidente y golpear al MAS.

El triunfo de Arce el domingo revierte ese proceso, da a Bolivia una nueva legitimidad democrática y al MAS la posibilidad de generar una estructura de liderazgo por fuera del mesianismo y el apego autoritario al poder de Morales y de su exvicepresidente, Álvaro García. Un respaldo al proceso de cambio abierto en Bolivia en el 2006, pero con alternancia y renovación de liderazgo. El perfil de Arce es radicalmente opuesto al de Morales: un tecnócrata con formación económica, que trabajó mucho tiempo en el Banco Central de Bolivia, y que ocupó el cargo de ministro de Economía en el gobierno del MAS durante once años. Se le atribuye lo que el propio partido de Gobierno llamó el “milagro boliviano”. El ministro llevó adelante un programa de inspiración neoestructuralista, con fuerte presencia del Estado, que buscó equilibrar crecimiento, redistribución y acumulación de reservas. El plan fue elogiado tanto por empresarios como por el propio FMI, que realizó una de sus reuniones anuales en Bolivia para destacar precisamente los logros del programa de Arce.

El MAS encontró una combinación ideal entre un tecnócrata leal a Morales como candidato a la Presidencia y un dirigente aymara de larga trayectoria, excanciller, David Choquehuanca, como candidato a la Vicepresidencia; la fórmula le permitió equilibrar su proyección hacia sectores medios urbanos y sostener el apoyo de las bases campesinas e indígenas del movimiento.

Arce tiene un reto enorme: mostrar una autoridad política propia, restablecer un sentido de unidad nacional, recuperar a Bolivia de la crisis económica y sanitaria, y devolverle la confianza en una convivencia democrática, pluralista y tolerante que se había perdido con Evo Morales. Ya se verá más adelante el impacto de este triunfo enorme sobre el convulsionado contexto político sudamericano. (O)