Quiero hablar de un tema diferente, de la alegría; sentirla y vivirla para lograr su poder. Hagamos una arenga de alegría para compartir contagiosos momentos. Dejar de lado las tensiones para remplazarlas por emociones que nos ayuden a disfrutar salud, y ser agentes de su maravilloso efecto multiplicador.
La alegría sea nuestra vital expresión de felicidad. Pongamos a funcionar nuestro carácter jovial en esta época. Acabar con las tristezas, los enfados, las depresiones y el pánico. Que en nuestro interior haga explosión el volcán alegría. Además, es un buen negocio, nos ahorra gastos, pues evita enfermarnos más, ir a las citas médicas, comprar las costosas medicinas, gastos de transporte, y qué decir de las urgencias en las clínicas o en los hospitales, operaciones, cuidados intensivos, dolores y postraciones.
Es posible vivir lejos
de la montaña de pastillas, exámenes y prohibiciones. Mucho mejor, pensar en el tratamiento ideal: operación alegría y paz. Desconectarnos de tanta angustia y desarrollar pensamiento transformador, optimista, para disfrutar sentimiento de plenitud. Recuerdo a doña Irene, acudía cada domingo a la iglesia, la veía siempre alegre, saludable, con buen ánimo, saludaba a todos. En algún momento le pregunté su edad y me dijo que ya cumplió los 100 años y sonreía: “Practico natación y alegría, es mi recomendación”.
Don Colón vive en Salinas y con 96 años irradia entusiasmo, le gusta pescar y preparar cebiche de pulpo. Hay quienes llegan al siglo y más de vida, disfrutan su vitalidad interior que surge de su corazón, superan dificultades.
Moisés, un buen amigo octogenario, me llamó para decirme que está ahorrando para invitarme a tomar un cafecito. Reímos con esta nueva realidad: poner al mal tiempo buena cara. (O)
Fernando Héctor Naranjo Villacís, licenciado en Comunicación, Guayaquil








