En la era del Zoom parece que por mucho tiempo no habrá clases presenciales en la universidad. Pero a la vez comprobamos que las clases a distancia por medios digitales terminan cansando, aburriendo y sobrecargando a profesores y alumnos. Además de la evidente debilidad de las clases remotas para todo lo que sea trabajos prácticos, laboratorios, talleres o seminarios, las actividades a distancia no tienen la riqueza incomparable de la comunicación presencial. Se pierde la interacción profesor-alumno, profesor-profesor y alumno-alumno, que están presentes en las clases, pero también –y sobre todo– en la convivencia de todos los involucrados en el proceso de la educación superior que se llama universidad.

La pandemia nos da la ocasión de volver al concepto fundacional de la universidad, el invento más fabuloso de la Edad Media. La definición que todavía la explica cabalmente es de Alfonso X el Sabio (rey de Castilla en el siglo XIII) cuando la llamó en las Siete Partidas “el ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes”. Ahora le tendríamos que preguntar a don Alfonso cómo hacemos para juntarnos maestros y estudiantes en época de pandemia. No nos va a contestar él sino la historia, porque desde el siglo XIII hasta nuestros días, pestes ha habido las que uno quiera y ninguna ha terminado con este ayuntamiento de académicos y de saberes.

La universidad es una piscina donde uno puede sumergirse o apenas mojar el dedo gordo del pie. Materialmente esa piscina es un campus donde se juntan (ayuntamiento) los maestros y los estudiantes y donde se aprende en las clases, en los seminarios, talleres, laboratorios... pero sobre todo se aprende en la convivencia de profesores con profesores, profesores con estudiantes y estudiantes con estudiantes. En los campus de verdad son más estudiantes los profesores que los alumnos y se aprende más en una conversación de pasillo o de cantina, motivada por el verdadero interés; es la lógica de la pregunta –picada por la curiosidad intelectual– de los que se acercan al profesor al terminar la clase mientras sale el aluvión de alumnos indiferentes.

Nuestras universidades son más hijas de Napoleón Bonaparte que de la Edad Media. Por eso suelen estar organizadas según profesiones y se concentran en enseñar haceres más que saberes. Allí donde llegó el imperio de Napoleón se conserva este concepto de reunión de escuelas profesionales, que lo mismo pueden enseñar literatura contemporánea que danzas clásicas eslovacas. En el mundo anglosajón, a donde no llegó la influencia de Bonaparte, se mantuvo el concepto medieval del ayuntamiento de maestros y estudiantes que hoy vemos en las universidades británicas o norteamericanas.

Hoy aparece bien claro el triunfo de la universidad medieval sobre la napoleónica cada vez que miramos la carrera por descubrir la vacuna contra el coronavirus, en la que no va ganando un laboratorio comercial sino la Universidad de Oxford, quizá la más medieval de todas. (O)