Un hombre descansa en una banca del parque junto a su amigo. De repente, una voz le habla desde el más allá: “El señor con la camiseta con dos rayas negras, póngase la mascarilla”. El hombre reacciona asustado. Se coloca de inmediato una mascarilla. La voz continúa: “No se la saque, señor… Quédese con la mascarilla puesta para salvar su vida… Gracias. Lo saluda Cynthia Viteri”.

A Cynthia le gusta controlarnos. Nuestra Gran Hermana quiere vigilarnos y limitar nuestros pasos. Y qué mejor que un estado de excepción para ejercer ese control sobre la gente. Grave consecuencia de esta pandemia: normalizar el control de nuestras vidas, las restricciones a nuestras libertades.

En otra banca, en otro parque, una pareja conversa. Noche romántica en la ciudad. Están solos. ¿O, lo están? “Ciudadanas y ciudadanos, les recordamos que están siendo monitoreados por las cámaras ojo de águila. Comunicamos que están infringiendo la ordenanza municipal sobre el uso obligatorio de mascarillas para circular en espacios públicos. Evite ser sancionado por las autoridades competentes”. La voz desanimada de un funcionario rompe la magia del momento de quienes creían compartir un momento privado. En Guayaquil alguien siempre vigila tus pasos.

En esta cuarentena que finalmente termina no faltaron las restricciones y errores municipales. Desde el comienzo, la alcaldesa marcó el que sería su papel restrictivo. Bloqueó la pista del aeropuerto impidiendo que aterrizara un avión que venía a recoger extranjeros atrapados en la ciudad. Gravísima y peligrosa decisión. Luego, ante el anuncio de un plan piloto de retorno a las aulas, Cynthia Viteri negó tajantemente la libertad de los padres de familia y estudiantes para decidir sobre sus propias vidas: “No habrá clases presenciales en la ciudad de Guayaquil en este año lectivo… Escuela que abra sus puertas será clausurada”. Y cuando ya acababa el estado de excepción, en lugar de dar paso a la apertura, decidió mantener la ridícula restricción vehicular e incluso intensificar controles con fuertes sanciones y multas. Tal fue el caos vehicular y el rechazo que este control produjo, que debió dar marcha atrás de inmediato y permitir la libre circulación de vehículos.

Al final del día, Cynthia Viteri no es distinta a muchos políticos en el mundo. Hizo lo fácil, lo popular. Restringir libertades para dar una sensación de seguridad en la población. Más aplausos genera una autoridad que restringe que aquella que defiende la libertad de la gente para tomar sus propias decisiones.

Cynthia Viteri tiene el carisma, la energía, la inteligencia para ser una gran alcaldesa. Puede ser la abanderada de la libertad en una ciudad que durante muchos años se acostumbró a los carajazos, a las restricciones, al “prohibido pasar”, al “no pisar”. Pero en esta pandemia Cynthia ha escogido el camino contrario. No confió en la capacidad de cada persona para tomar sus decisiones y escogió ser la gran hermana que controla nuestras vidas.

Nunca es tarde para cambiar el rumbo del Municipio. Todavía están a tiempo de construir esa ciudad que sí cree en sus ciudadanos y apuesta por su libertad. (O)