La emergencia nacional por la pandemia terminó, pero las restricciones se mantienen. Hay alcaldías, y sobre todo la de Quito, que compiten por controlar el tráfico vehicular obstaculizando la vuelta a la normalidad. Y por esa vía franquean una licencia para el chantaje y la corrupción de los agentes de tránsito. No toman conciencia de la importancia de reactivar la economía salvando negocios y empleos vinculados, asimismo, a la supervivencia de la familia ecuatoriana.

El modo de transición de la cuarentena a la campaña electoral se mantiene sin demasiada calentura, aunque el pronóstico se va despejando.

La ratificación de la sentencia por corrupción a Correa y sus adláteres, en instancia de casación, terminó el blof de su candidatura vicepresidencial. Aunque el titiritero seguirá moviendo los hilos de sus muñecos desde el ático de Bélgica.

Arauz es una mala copia de su jefe y no es un jugador de grandes ligas, a pesar de que el voto duro del correísmo lo mantiene, inmerecidamente, entre los favoritos. Su propuesta de impulsar una desdolarización “buena” con nuevos medios de pago y la exhumación del proyecto de timbre cambiario equivalente a un ISD de 27 % es de susto. Ningún comerciante en su sano juicio podría sufragar por él.

Yaku, con unas pocas tonadas de saxo, se presenta ante el auditorio exhibiendo credenciales de un demócrata light, con su sonrisa de acordeón. Pero no hay cómo olvidar que en octubre pasado prorrumpió en el seno de la Asamblea Nacional proclamando en altavoz un parlamento popular. Su conducta golpista no mereció la sanción por parte de la justicia ecuatoriana. Ahora la duda surge respecto a que si el émulo Evo Morales sería un estadista respetuoso de las instituciones y la separación de los poderes del Estado.

Ante los dos candidatos de la izquierda, que apelarán con la moderación de su discurso al voto de centro, está Lasso, quien deberá reivindicar ese espacio natural que le corresponde hasta la derecha. Como aspirante de la tendencia, su mayor desafío es evitar que sus rivales capitalicen al votante anti establishment que será una corriente poderosa en la próxima elección, debido a la frustración por la crisis económica y el impacto del desempleo. A la vez, conseguir una conexión con la juventud en momentos que el 54 % del padrón es de ciudadanos entre 16 y 35 años.

Mucha gente aún no toma conciencia de que el futuro del país está en juego, en un escenario de extrema fragilidad en diferentes órdenes. La amenaza de una deriva hacia un Estado fallido es real y debe ser motivo de alerta para impedir un paso en falso que pueda conducir a una suerte de suicidio colectivo. Ante los comicios de febrero Ecuador debe mirarse con atención en el espejo impidiendo su transfiguración en una nueva Venezuela.

Volver a un modelo asistencialista y clientelar del Estado, replicando el despotismo de la Revolución Ciudadana, no es una opción saludable toda vez que significaría su estrepitoso colapso, arrastrando en su caída libre a lo poco de la institucionalidad que ha podido salvarse. Un voto febril e irreflexivo será más devastador que el COVID-19. (O)