David Graeber falleció el 2 de septiembre a los 59 años, fue un antropólogo que mostró la posibilidad de ser anarquista en un mundo de concreciones políticas cada día más difusas. Sus presentaciones y escritos ayudaron a entender conceptos de economía, sociología y política a las personas comunes.

Una de las más atractivas ideas de Graeber nos lleva a la utopía de mejorar nuestras vidas trabajando en lo que nos hace felices en oposición a actividades laborales inútiles y sin propósito. Su libro Trabajos inútiles conjura esa noción en la necesidad de tener una policía diferente.

En estos días en que recordamos los actos de violencia de octubre y tememos otra ola de violencia a nuestras puertas, a pretexto de elecciones y descontento, sus ideas nos llevan a pensar en la necesidad de reformar o tal vez crear una nueva policía, en debatir sobre la utilidad de las intocables instituciones a las que el Estado entrega el privilegio de portar armas de fuego.

La policía en Latinoamérica deriva de políticas militares con un entrenamiento más cercano al combate que al servicio a la ciudadanía. Los procesos para cambiarla son lentos y evidentemente insuficientes, sobre todo cada vez que la angustia e injusticia lleva a ciudadanos a protestar en las calles. El exceso de la fuerza de unos policías se convierte en exceso del estado contra su pueblo.

David Graeber muestra cómo en el siglo XVIII la policía se preocupaba de regular el comercio; en el XIX, a regular la vida entre los pobres para pronto pasar a reprimir el descontento, la lucha de clases. Con el tiempo nació el mito de que la policía existía para combatir al crimen, aunque al analizar lo que cada miembro en la institución hace se va evidenciando lo poco que esto ocurre en sus rutinas. Encontró que apenas el 10 por ciento del tiempo de la policía está dedicado a contrarrestar crímenes, el resto son servicios de otra índole y sobre todo burocracia.

La policía tiene que lograr que los ciudadanos confiemos en ellos, su autoridad será legítima en la medida que sintamos que su labor sirve, realmente, a la ciudadanía.

No es cuestión de despedir a miembros de la Policía o de las FFAA, sino de formarlos en lo que les gustaría hacer. Probablemente muy pocos quieren escribir o pasar papeles, cuidar a personajes del Gobierno o del Poder Legislativo, vigilar corruptos y delincuentes con grilletes, estar encerrados en oficinas o cuidando las armas en los cuarteles.

Muchos policías pasan semanas sentados sin hacer mayor cosa, no están investigando, como seguro alguno que otro pensó sería su trabajo cuando decidió aplicar para el puesto.

¿Qué discusión seria ha tenido nuestro país sobre la Policía o las FFAA? De lo poco que se ha hablado, ¿cuándo han participado civiles de partidos políticos, academia y organizaciones no gubernamentales a definir los roles de las personas armadas? La pandemia debería mostrar claramente la necesidad de esas deliberaciones, recrear las fuerzas del Estado no hacia la represión del descontento sino hacia la ayuda a la organización que disminuye la injusticia. (O)