La mirada sobre el mundo que ofrecen los grandes escritores puede transformar la percepción que tenemos de las cosas y hacernos entender de otra manera las realidades que creemos definitivas. Estamos padeciendo una gigantesca crisis moral expresada en el circo electoral, en el descaro de hacer de la función pública un dispositivo de corrupción, en la burla de la justicia y el desprecio olímpico de la ley. ¿Para qué disputan los políticos el poder? El escritor uruguayo Mario Benedetti (1920-2009) –de quien estamos celebrando cien años de su nacimiento– hubiera respondido: el poder sirve principalmente para joder.

En El cumpleaños de Juan Ángel, una novela en verso publicada en 1971 en el contexto de democracias fallidas y auge de movimientos insurgentes, el narrador cuestiona la endeble institucionalidad del Estado al hablar “del joder ejecutivo/ el joder legislativo/ y el joder judicial”. Y es tal cual. El talento del poeta modifica con una letra lo ya establecido y así nos abre un universo de reflexión acerca de los usos y abusos del poder: el poder para joder, que, entre nosotros los latinoamericanos, especialmente significa el poder para dañar, el poder para estropear, el poder para destrozar, el poder para arruinar.

El Poder Ejecutivo nos ha jodido por su ambigüedad con la herencia correísta porque, si bien se vio forzado a desmontar en algo la estructura de robo del dinero público que implantó el correísmo, no ha sido capaz de enrumbar el país hacia una nueva institucionalización sólida y decente. El joder ejecutivo ahora está enredado en la maraña del reparto de los servicios estatales como si estos fueran insumos de la negociación política. El Poder Legislativo es un lamentable fiasco (¿hay que decir: con las excepciones del caso?), pues el pantano en que laboran, a partir de una valoración ética, es de lo más degradado que se ha visto. El joder legislativo en la Asamblea Nacional sigue contando con personas que han cometido varias irregularidades –hay evidencias de ello–, y no pasa nada.

El Poder Judicial –a pesar de los esfuerzos de la Fiscalía– nos vive jodiendo por su inoperancia. Todo el sistema de cortes del país debería sentirse implicado por el descalabro que experimentamos: el joder judicial, en general, nos provee de una justicia dudosa, ineficaz, plagada de mecanismos torpes y absurdos que facilitan que los acusados, sobre todo los de cuello blanco, evadan los procesos que están enfrentando. Aquí es clarísimo que lo que tenemos es un joder judicial.

La sensibilidad de un poeta nos ha revelado cómo usan el poder los políticos y funcionarios públicos. ¿Pero no somos los ciudadanos copartícipes “en el gran timo/ en las cuatro o cinco erratas graves cometidas en el paisito”? ¿Cómo podemos obligar a los representantes de los joderes estatales para que usen sus funciones para no jodernos? ¿Únicamente con el voto? ¿Qué pueden producir, juntos, el joder ejecutivo, el joder legislativo, el joder judicial, el joder electoral y el joder de participación ciudadana y control social? Pues un país jodido: un paisito jodido por los poderes que, supuestamente, debieran servir a los ciudadanos. (O)