… y al mismo tiempo grotesco. Desde los allanamientos a su casa, las ametralladoras que le apuntan, la violencia del operativo, las cámaras de televisión que filman la escena para luego hacerla pública, el grillete, la guatita, los gritos destemplados… ¿Qué representa Bucaram para que todo en él sea brutal? ¿En qué fisuras sociales, políticas, morales y culturales de nuestra sociedad se insertan sus prácticas, su cuerpo y retórica para conmocionar tanto?

En los años ochenta representó la continuación plebeya del cefepismo. La tradición populista guayaquileña se caracterizó por polarizar la sociedad entre pueblo y oligarquía, los de arriba y los de abajo, pobres y ricos. Lo hizo con un lenguaje conectado con las experiencias populares de exclusión y la denuncia de los estilos refinados de vida oligárquica. Politizó las diferencias de clase y estatus. Bucaram mantuvo viva esa tradición en la democracia ecuatoriana después de la muerte de su cuñado Jaime Roldós, quien había dado aire ilustrado a la tradición cefepista. Abdalá volvió a convertirla en plebeya. De allí nacen formas particulares de ridiculizar al poder oligárquico: el manicure, el chuchicure, hasta rayar un Mercedes como protesta. Ninguno como él para captar con expresiones geniales el sentido de algunos momentos críticos: “Nadie se me baja de la camioneta”, “y ahora, y ahora…”. Inigualable en la tarima, un espectáculo, una diversión política como el rock de la cárcel.

Expulsado constantemente del sistema por su osadía política. No duró como alcalde. En la presidencia, apenas seis meses. Prefirió la suite de un hotel lujoso al Palacio de Carondelet por los fantasmas que lo habitan. Militares y civiles conspiraron contra su gobierno. El sistema le tomó cuentas por sus osadías destituyéndolo por incapacidad mental. La vendetta se presentó como una limpieza de la vulgaridad política, como un acto para devolverle decencia a la política nacional. Ido Bucaram, regresaría la cordura. Se refugió en Panamá largos años para esquivar la justicia. Se transformó en un espectro con la consigna “déjenlo volver”. Regresó como aliado de Lucio Gutiérrez, pero huyó días después por el sonado escándalo de la Pichicorte.

Su último retorno lo condujo al ostracismo. Había quedado fuera de la escena pública salvo por sus irrupciones en las redes. Reapareció con serias acusaciones de corrupción. Su casa, convertida en bodega de insumos médicos. Su familia, sospechosa de ser parte de una red de negociados en los hospitales públicos. La Fiscalía lo tiene en la mira. Lo han acusado de tenencia ilegal de armas y posesión no registrada de piezas patrimoniales desaparecidas de la presidencia durante su gobierno. Grotesco. Pero la Fiscalía sabe más sobre él, pero aún requiere pruebas definitivas.

El allanamiento del jueves fue un mensaje brutal: te tenemos, estás cercado, no podrás escapar. Bucaram fue humillado, abusado, apuntado con una ametralladora mientras dormía junto a su esposa. Llega a un final dramático la vida política y personal de quien fuera un héroe popular y terminó convertido, para vergüenza suya, en una caricatura de su pasado. (O)