El diccionario de la Real Academia recoge las voces agostizo, agostero y agosteño como propio del mes de agosto. Resultan cacofónicas, más eufónico es agostino, que se corresponde con octubrino (palabra que la Real no registra como “propio de octubre”). Ha surgido en los últimos años una tendencia muy peligrosa, descalificar al grito de independencia agostino de Quito como un antecedente sin mayor importancia de la revolución octubrina de Guayaquil. Para ciertos polemistas, en octubre se proclamó la verdadera independencia, lo anterior les parece insignificante. Por cierto que esta idea surge como reacción ante la contraria, que la independencia empezó en agosto de 1809 y lo que vino después sería mera consecuencia. Ambas posturas están radicalmente equivocadas, el proceso de independencia fue uno, en distintas etapas, en las que los próceres participantes respondieron a sus circunstancias, con un solo y mismo objetivo: la libertad de su país.

En verdad los patriotas de agosto proclamaron fidelidad al rey, pero es claro que tenían en mente una forma de independencia similar a la que hoy tienen Canadá y Australia, Estados cuya jefatura ejerce la reina inglesa, sin que por eso dejen de ser completamente soberanos. Quienes sostienen que lo de agosto “no fue independencia”, se hacen de la vista gorda ante la constitución del Estado de Quito, el 11 de octubre de 1810, que estableció un gobierno emancipado de todo otro poder. Entre este y la junta de agosto hay continuidad conceptual y personal. Por tanto, tan padres fundadores fueron los de octubre, como los de agosto. Ya bastantes papelones hace este país, como para estar discutiendo la validez de su partida de nacimiento.

El grito de agosto no fue una ocurrencia súbita de cinco marqueses para aprovechar la prisión de Fernando VII, como dicen ciertos historiadores “progres”. Fue resultado de un proceso intelectual largo, complejo y profundo. Aunque es indudable que el Ecuador tiene unas características geográficas y sociales especiales, estas tenían que determinarse y concientizarse en los imaginarios y praxis de quienes impulsarían la creación de un Estado diferente. Este proceso será muy marcado por el espíritu racional y científico de la Ilustración europea, que pese a estar proscrita en las dependencias de la católica España, se infiltró vigorosamente en universidades, órdenes religiosas y clases más educadas, tanto en la nobleza, como en la incipiente burguesía, sin que faltasen individualidades provenientes de lo que podríamos llamar una clase media, compuesta por profesionales y burócratas básicamente. El más notable de estos es indudablemente Eugenio Espejo, cuya supuesta indianidad ya debe descartarse de textos y nomenclaturas. Todo este trayecto y su tendencia están alimentados por un espíritu científico, en parte estimulados por las visitas de estudiosos europeos (geodésicos franceses, botánicos españoles, Humboltd...). En este marco surge el nombre del país, Ecuador, el único en el mundo basado en un concepto científico. Lo lamentable es que ese espíritu racional y objetivo se haya quedado en el membrete, sin insuflar la vida nacional. (O)

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