“Cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”, escribió Manrique. Pretendo mantenerme lejos de los que, para menospreciar lo presente, alaban todo lo pasado. La historia es como una colcha, cosida con tejidos de diversos colores y dimensiones. No intento siquiera comparar el tejido en una sinfonía de Beethoven con el tejido en un reguetón: reflejan en la historia humana retazos con identidad diversa, especialmente en firmeza y claridad. Todo lo que existe tiene un elemento que lo identifica. ¿Cuál es el elemento principal que identifica nuestra época? Me atrevo a afirmar que ese elemento es la liquidez, entendida como falta de firmeza, como movimiento sin rumbo de un lado para otro.
Desde mi percepción el vacío de identidad, de comunidad, de futuro es un elemento componente de la época en que vivimos actualmente. La falta de identidad y de proyecto de futuro es, queramos o no, una muerte anticipada. Urge que la familia, la escuela, la sociedad ayuden al menos a vislumbrar una respuesta a las ineludibles preguntas: ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? Si no hay respuesta, fundada en la globalidad de la persona humana, resucitará, ya está resucitando, el proyecto de vida, que algunos afirmaban estar muerto: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”. “La historia da las vueltas”. El filósofo Epicuro ya trazó ese programa de vida. Muchas personas, también abiertas a lo trascendente motivaron y motivan hoy con la observación de que la “muerte no es el final del camino”.
Sabiendo que en la muerte se cosecha lo sembrado en la vida, nos legaron lecciones: “El nombre es un programa para realizar una identidad. Programa para los niños; programa para los pueblos que nacían en su fundación. La asignación de un nombre no era caprichosa; era acordada en una reflexión en familia o en reunión de los habitantes de una población. Generalmente se escogía, como proyecto de vida del nuevo ser, el nombre de un santo".
He aquí algunos de los nombres que el investigador latacungueño Paúl García Lanas me hizo conocer, entre muchos otros nombres: Santiago de Guayaquil, San Francisco de Quito, Santa Ana de Cuenca, San Juan de Ambato, San Buena Ventura de Pujilí, San Miguel de Salcedo, San José de Poaló, San Agustín de Angamarca, San Vicente Mártir de Latacunga, fundada, como Asiento según el historiador Alejandro Emilio Sandoval, en la misma ciudad indiana de Llactacunga.
“Los indígenas habían ya pedido el levantamiento de una ermita en honor de San Vicente Mártir”. Se funda el Asiento de San Vicente Mártir el 27 de octubre de 1584 con 11 pueblos dependientes.
Actualmente el nombre tiene poco que ver con la identidad, ni con el sendero por recorrer. Es frecuentemente fruto del influjo de un actor o de una actriz de moda. Obedece también a circunstancias pasajeras. A una niña le pusieron el nombre de Toyota, porque su madre parturienta fue conducida a la clínica en un Toyota. No imagino otro nombre que identifique menos la identidad ni trace un sendero de vida. Queda el desafío de superar la sociedad líquida. (O)