El hoy que conocemos se forjó en el pasado. De ahí la importancia de ir registrando los hechos y acontecimientos trascendentes con los que se hilvana la historia, la que posteriormente merecerá ser revisada con investigaciones y quizás aportes.

Loable tarea la de los historiadores y de quienes se interesan por investigar, escribir y difundir los hallazgos que explican los antecedentes de nuestro presente.

Un referente local en esa materia es José Antonio Gómez Iturralde, quien falleció en días pasados y cuyo legado debe ser cabalmente dimensionado.

En Las calles de mi ciudad (1996), de José Antonio Gómez Iturralde, prologado por Eduardo Peña Triviño, se menciona en palabras del autor que no se consideraba propiamente un historiador, sino “sencillamente un ciudadano común que, con la determinación de ser útil, se propuso compilar datos para editar un libro”.

Sin embargo, por su aporte a la investigación y compilación históricas, José Antonio Gómez Iturralde se constituyó en una figura señera. El amor que le profesaba a Guayaquil se reflejó en su trabajo, que no cesó a pesar de contar con 94 años; su objetivo era rastrear antecedentes para recuperar la memoria, porque para él “la historia –que es una forma de educación– tiene un interés humano en sí misma, nos alude como especie”.

Fue miembro de la Academia Nacional de Historia, autor de más de 30 libros y director del Archivo Histórico del Guayas. Su afán era inculcar un mayor sentido de pertenencia hacia la ciudad, especialmente entre los jóvenes; formar ciudadanos disciplinados. Por eso le urgía difundir sus investigaciones y escritos.

Hay seres cuya vida y obra trascienden en amplios ámbitos, incluso más allá de su contemporaneidad; sus nombres merecen permanecer en la memoria de los pueblos como ejemplo e inspiración.

Para que no se diluya en el tiempo el aporte de este ilustre guayaquileño, es menester que su nombre sea relevado. Sopesarán las autoridades de qué manera hacerlo. (O)