Muy temprano, en la mañana del viernes 17 de julio –al escribir este artículo– se activaron las redes de la política virtual. La agitación giraba en torno al tratamiento que debía dar la Asamblea a la terna enviada por el presidente de la República para llenar el cargo de vicepresidente. Dos temas enredaban el debate de un acto que en las dos ocasiones anteriores no demandó mayor trámite por parte de los mismos asambleístas. Los nombres de quienes la conformaban y las atribuciones del órgano legislativo amenazaban con convertirse en los principales y seguramente únicos contenidos de los discursos de la sesión que debía realizarse en la tarde y noche de ese día.

Llama la atención que los nombres y la afiliación política de las tres personas se hayan convertido en el núcleo del debate, cuando hace dos años y medio no pusieron reparos para escoger a una de las tres fanáticas correístas que constaban en la terna correspondiente. Tampoco se hicieron problema hace un año y siete meses para optar por uno de los tres apolíticos que conformaban el menú del momento. Ahora, cuando por primera vez el presidente expone claramente una posición propia, una identidad con la que pretende cerrar su periodo, viene el bombardeo. No se quiere entender –o se entiende demasiado bien y se quiere impedir– que el Gobierno necesita un frente político medianamente cohesionado. Este es imprescindible para enfrentar los desafíos de sus meses finales y, sobre todo, para viabilizar las decisiones económicas necesarias para superar los efectos de la pandemia. Guste o no guste, los nombres de quienes integran la terna y el orden en que aparecen expresan esa tardía decisión gubernamental.

Por su parte, el debate sobre las atribuciones del legislativo se ha concentrado en la supuesta obligación de renuncia previa a los cargos para integrar la terna y en la facultad para devolverle la propuesta al Ejecutivo.

Obviamente, las barbaridades de la Constitución dan pie a la primera interpretación, ya que califica de elección a un acto que en realidad es selección (una letra hace una gran diferencia). Pero aun así no se puede estirar esa interpretación porque el artículo al que se alude (el 150) trata sobre la elección popular. Tampoco tiene asidero la segunda, porque no constan en los dos artículos (120 y 150) que regulan el papel de la Asamblea en este proceso y tampoco se puede inferir de otros que regulan la relación entre los poderes estatales. En definitiva, ese debate es una forma encubierta de impedir que el Gobierno adquiera algo de músculo político.

La priorización de esos dos temas se facilitó por la oportuna difusión de una conversación entre dos legisladores (el uno procesado con pruebas suficientes y el otro en la mira judicial). En una jerga de esas que usan ciertos círculos cerrados y no siempre muy santos, aluden indirectamente a la ministra Romo que, casualidad de casualidades, encabeza la terna. Si se quiere intoxicar al Gobierno, ahí está el aderezo ideal. Por ello, si los que no están en ese plan no comprendieron hacia dónde iban los tiros, serán corresponsables del agotamiento de un gobierno que sufre de debilidad congénita. Es lo que lograrían con la devolución de la terna o con la elección de quien ocupa el tercer lugar en ella. (O)