Así se titula una hermosa canción de los mexicanos Esperón y Cortázar que habla del “tren de la ausencia”, definición que bien se puede aplicar al tren ecuatoriano. El nuestro es uno de los raros países en los que no existen grandes redes ferroviarias. Y es que empezamos mal y tarde, nuestro ferrocarril no se construyó con inversión de riesgo, sino con una deuda pagada con oro y sangre, con una trocha fuera del estándar internacional, con irregularidades en su contratación, para funcionar necesitaba carbón que no se produce en el país, por lo que se hubo de recurrir a la leña, con menor poder energético... en fin, una serie de problemas que determinaron que la empresa administradora jamás tenga utilidades, peor cuando el tren fue nacionalizado. La era del ferrocarril en Ecuador fue breve y en menos de medio siglo dejó de ser el principal medio de transporte.

Nuestro tren ha tenido que ser subvencionado para sobrevivir. Así ocurre en casi todas partes, en partes, en Francia, por ejemplo el 50 % del presupuesto de la SNCF es cubierto con un subsidio. La Deutsche Bahn alemana cuadra cuentas con aportes del Estado cercanos a 20 000 millones de dólares anuales. En China necesitan de 130 000 millones. Los ferrocarriles japoneses han sido privatizados en buena parte, pero también acuden a fondos estatales para mantenerse. A pesar de estas generosas contribuciones, los trenes no constituyen una forma de transporte barato y ceden terreno a los vuelos de bajo costo. El país que lo hace distinto es Estados Unidos, que como hemos visto en tantos wéstern, creció gracias a sus vías férreas. Estas tienen hoy poca importancia, sin embargo, estudios han demostrado que tal situación no impacta en la competitividad del país.

El tren ecuatoriano fue sometido a decenas de “procesos de rehabilitación”, que terminaron siempre en vías muertas. Con la actual crisis del Estado su liquidación parece inevitable, salvo que se encuentre alguna fórmula de concesión o privatización para que deje de ser una carga presupuestaria. “Rehabilitarlo” otra vez para que se convierta en un importante medio de transporte de personas o mercancías es impensable. En el mejor de los casos quedaría reducido a unos pocos tramos con interés turístico. Este intento legítimo de aliviar de este gasto al Estado ha sido mal recibido por amplios sectores, que se han opuesto al proceso con argumentos de todo tipo, desde patriótico-culturales hasta utópico-futuristas. En todo caso nada serio ni viable... menos mal, porque normalmente las propuestas más “técnicas” son generadas por empresas y gobiernos empeñados en clavarnos trenes de su fabricación, financiados con créditos que gravitarán por décadas en nuestra economía. Si están seriamente interesadas, ya lo verán, tendremos otros episodios de corrupción, como ha ocurrido recientemente en Arabia Saudita, con la bochornosa mediación del rey emérito de España. Mientras tanto, el “rey emérito” del Ecuador publicó un patético mensaje en Twitter en el que habla de “mi tren”... así que ya saben de quién es. Le cantamos completa la canción, le decimos que no volverá y que su boleto no tiene regreso. (O)