Mientras estaba reunida en Montecristi la Asamblea que dictó la Constitución vigente, muchas personas hicimos saber nuestra preocupación por el tipo de Estado que se discutía. Un plan bien trazado por una o varias mentes inteligentes fueron perfilando un Estado centralista, concentrador de poder, que otorgaba muy amplias facultades a la Función Ejecutiva, que al mismo tiempo le quitaba al Parlamento funciones importantísimas como la de elegir autoridades de control y magistrados de justicia, para entregarlas a un engendro: el Consejo de Participación y Control Social, controlado por el presidente. Abolió la división de poderes. Montesquieu quedó obsoleto. Muchos recordamos la Carta Negra de García Moreno, también aprobada por un plebiscito. Los cambios fueron confusos, de intenciones totalitaristas.
El Diccionario de la Lengua Española define al totalitarismo así: “Doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo XX, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”. Ese es el proyecto del partido de gobierno teñido de verde. El presidente controló la Asamblea Nacional, con una mayoría disciplinada de borregos que se dedicaron a dictar leyes orgánicas, como el Código Orgánico Monetario y Financiero. Con este Código consolidó su poder sobre la economía y las finanzas públicas y los bancos. Confiscó (incautó es un eufemismo hipócrita) medios de comunicación para su propaganda y sin ningún rubor metió la mano en la justicia. Poder totalitario. Casi lo mismo hicieron los gobiernos de Hitler y Stalin, el siglo pasado. Tiranos sanguinarios y crueles que despojaron a los hombres de su libertad. Era el tipo de sociedad a la cual nos dirigíamos.
Felizmente, las épocas son diferentes. La prensa se mantuvo firme, algunos periodistas de investigación fueron héroes que destaparon la cloaca de la corrupción del nefasto gobierno. Diario EL UNIVERSO resistió un juicio amañado y perverso. El pueblo se dio cuenta y rechazó el intento de perpetuarse en el poder. Rechazó la reelección indefinida. Le dijo N0 a Correa. Ahora está sentenciado a pagar con prisión dentro de un proceso que pretenden hacerlo interminable para volver. No pasará, lo rechazaremos otra vez.
Muchos pensamos que hay que sustituir la Constitución de Montecristi por otra que restaure los valores de la democracia, la división de poderes y que garantice eficazmente las libertades individuales para que mujeres y hombres sean libres de opresión y desigualdad. Es un deber cívico luchar por ese cambio, pero veo un peligro: son varios grupos que quieren lo mismo, pero están separados, pugnando cada cual por su tesis. Es imprescindible que se pongan de acuerdo en fines y métodos. Las enormes energías que tienen estas personas de buena fe deben canalizarlas ellas mismas, unidas con un solo propósito. Son personas honradas, inteligentes y patriotas cuyos afanes coinciden. ¿Pueden conversar? Saben que el fin que se proponen implica ceder sin egoísmos para ganar en fuerza ética. Es otra vez la hora de salvar a la patria. Déjense iluminar por la luz de la aurora gloriosa. (O)