Soy médico, guayaquileño, y vivo en Santiago de Chile desde hace 25 años. Como todos los ecuatorianos residentes en el exterior he seguido a través de la prensa los fatídicos resultados de esta pandemia del COVID-19. Y no solo los he seguido, los he vivido y palpado en carne propia, pues dentro de todo este mal sueño mi mamá y mi papá también se infectaron del virus.
Con este escenario se inició un verdadero calvario para toda mi familia. Fue casi imposible hospitalizar a mis padres, a pesar de que ya tenían su función respiratoria comprometida (saturaban menos de lo normal). Gracias a su seguro privado de salud, se pudo conseguir dos camas en una clínica en el norte de Guayaquil; sin embargo, claramente no fue lo mejor. Los días que mis padres permanecieron asilados no existió una organización sistematizada y ordenada en la entrega de la información sobre el estado clínico de mis padres (incluso pasaron más de 24 horas sin saber nada sobre ellos). Cuando lográbamos contactarlos, porque los llamábamos nosotros, las muestras de displicencia y poca empatía con la situación fueron evidentes. Imposibilitado de viajar a mi país tuve que tratar de monitorear todo desde lejos, mi hermana que reside en Guayaquil fue la que lidió con médicos que no daban la cara, información a destiempo, detalles escuetos y muestras de irrespeto. Teníamos una carrera contra reloj, de la que no salimos triunfadores. Cansados de este maltrato decidimos trasladar a mis padres a otra clínica. Nos pusieron todas las trabas demorando el alta de mi madre, nos quedará la eterna duda de saber si por la falta de atención adecuada, falleció. Mi padre logró vencer la enfermedad y ahora se recupera en medio del dolor profundo de todo lo vivido. Como hijo y como médico he escrito esta carta para alertar a quienes viven en mi querida Guayaquil sobre los pésimos servicios de cierta clínica privada , y no repitan mi historia. Además, para compartir mi testimonio que podría llevar a una profunda reflexión a quienes manejan las vidas de las personas, a no dejarse ofuscar por lo que sucede y a que jamás olviden que eligieron esta carrera para cuidar y salvar vidas y no lo contrario.
Con razón, Albert Camus dice: “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”, esto lo sabemos en primera persona. (O)
John Xavier Tapia Núñez, neurólogo, jefe del Servicio de Neurología del Hospital de Carabineros de Chile