La crisis sanitaria generada por el COVID-19 en Guayaquil abrió varias controversias sobre el modelo de gestión municipal. Una de ellas la provocó un desafiante artículo del periodista Roberto Aguilar, titulado “El ruidoso fracaso de un modelo”. Aguilar levantó una serie de preguntas a través de las cuales quería mostrar el “retorcido razonamiento” que ha llevado durante casi 30 años a considerar el modelo como exitoso. Su artículo fue contestado por el Comité Especial de Emergencia por Coronavirus en Guayaquil mediante un comunicado: “La verdad vs. la mentira y la animadversión contra Guayaquil”. Un largo listado de datos estadísticos fue exhibido para desmontar los argumentos de Aguilar.

Los guayaquileños han preferido activar el discurso anticentralista, insinuar incluso la urgencia de ir a un sistema federal, en lugar de evaluar el modelo municipal a la luz de lo ocurrido con el coronavirus. Me parece poco objetivo y hasta injusto sostener que la crisis pandémica mostró el fracaso rotundo del modelo, atribuyéndole fallas que corresponden a problemas que escapan al ámbito decisional y político del Municipio. Pero más allá de los elogios al modelo, hay un punto que se discute poco y hoy está en el centro de la preocupación: la estructura de liderazgo con la cual se configuró y funcionó durante dos décadas y media.

Se destaca del modelo el bajo gasto corriente, la alta inversión pública, la privatización de ciertos servicios, el modelo mixto de gestión entre aparato municipal y una serie de fundaciones y programas como la regeneración urbana. Pero esa estructura institucional operó sobre un modelo de autoridad muy personalizado y concentrado en la figura del alcalde, tanto bajo León Febres-Cordero en sus inicios como con Jaime Nebot en su larga continuación. Personalista, masculino, elitista, alrededor de figuras que acumularon enormes poderes.

¿Podrá el modelo funcionar por fuera de esa estructura de autoridad y conducción política en una sociedad como la guayaquileña? ¿Las fortalezas institucionales serán igual de eficientes bajo otro estilo de liderazgo? En parte, las dificultades que experimenta Cynthia Viteri, evidentes ahora con la crisis, derivan de un estilo de conducción que ella se siente obligada a repetir; primero, la actitud contestataria al centralismo; y segundo, un estilo implacable, masculino, de ejercer la autoridad sobre una ciudadanía obligada a obedecer. Cynthia Viteri –da la impresión– se siente exigida a ser Nebot. Y allí están precisamente los problemas. Se hereda el modelo institucional pero no su reverso: el sistema de autoridad. Relevar a un alcalde tan popular como Nebot, que impuso sobre la ciudad un estilo de liderazgo y poder durante 17 años, no resulta fácil, menos todavía en sociedades y países donde las instituciones nunca se bastan a sí mismas.

Afirmar que hay un fracaso rotundo del modelo es abrir una discusión un poco ciega de una trayectoria de legitimidad democrática muy larga; pero no considerar los problemas y las fisuras pueden llevar a mirar solo un lado del problema: el centralismo creado por Correa y hoy en franca crisis e inoperancia. (O)