Ciudadanos del mundo navegamos en un mar de dolores, agitado por la actual pandemia del coronavirus. No porque sus aguas nos han infectado a nosotros, menos que a otros, podemos seguir indiferentes. Profesionales de la salud propondrán recetas para que este mal universal desaparezca.

Tomo de una encuesta inédita, realizada por la Universidad Pontificia Comillas, una causa callada, como toda raíz del mal que nos aflige y que volverá a afligir si no se superan, con otras causas, la soledad, el aislamiento; una sociedad en la que las personas, gracias a los medios de comunicación, podemos fácilmente estar no reunidas, pero sí unidas.

El 37 % de los encuestados carece de vecinos a quienes pedir un favor importante. ¿Nos preocupa que el 37 % de los ciudadanos carezca de vecinos con los que mantenga una relación de solidaridad?

El grave mal coronavirus nos ha traído el confinamiento y, con él, una experiencia de comunidad. ¿No más? “Ande yo caliente y ríase la gente”.

La pandemia está logrando que los vecinos se conozcan, se reconozcan y poco a poco, venciendo la desconfianza, el individualismo, que se ha robustecido, se solidaricen y se empeñen en tareas de bien común, por ejemplo, en la seguridad.

Comienza a “chocar” el ensimismamiento en el celular: numerosas personas se topan, sin encontrarse en la vereda de las calles. El vecino ha desaparecido; el otro no existe; ni un breve gesto para él. Se habla con uno mismo mediante el celular. Yo, yo y yo. Cada uno va a lo suyo, sin importarle el vecino, sin recibir aliento del otro.

La observación de la vida de campesinos enseña que los medios de comunicación son actualmente más numerosos, pero no siempre la comunicación es más eficaz. La eficacia depende principalmente del deseo de comunicarse. Campesinos se comunican, aun hoy, desde una colina a otra, no tanto por celular cuanto por otros medios.

Puedo afirmar que hay más intercomunicación entre campesinos, que quieren comunicarse, a pesar de distancia, que entre personas que residen en un mismo conjunto habitacional.

La pandemia quita piso al individualismo, que se detiene solo en los derechos; quita también piso al estatismo, que, considerándose la fuente de derechos, descuida sus deberes, uno de ellos el respeto a la persona humana. Deja en la sombra que el Estado es creación de las personas, para su desarrollo.

El Estado es el promotor y organizador de los aportes de las sociedades intermedias entre los ciudadanos, para el bien común; no es la fuente de los aportes.

La pandemia coronavirus está abriendo mentes y corazones a la olvidada igual dignidad de la persona humana y a la interdependencia entre persona y sociedad. La pandemia es una oportunidad para descubrir y aceptar que no nos salvamos ni condenamos solos. No hay libertad sin deberes.

Esta verdad no necesita pruebas; pero sí ser asimilada en la vida, desde la familiar. Favorecerían esta formación concursos en los que se premie más al equipo que al individuo. (O)