Cuando el Señor elevó, en su condición de verdadero hombre, la mirada al cielo y exclamó: “Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú”, enfrentó la hora de la verdad más dura que jamás alguien haya enfrentado.

Para los creyentes, ese último sí a la voluntad del Padre, nos dio la salvación. Para los no creyentes significó, sin embargo, algo que cubre a todos por igual: el cambio radical de la historia de la humanidad. Es con los valores del cristianismo que la humanidad fue encontrando lo que hoy conocemos como la sociedad moderna, entendiendo los conceptos de justicia, caridad, amor al prójimo. La cultura y la ciencia se desarrollaron en una sociedad envuelta en los valores cristianos. Y finalmente, todos, ateos y creyentes de todas las religiones, agnósticos y demás, vivimos en el año 2020 después del nacimiento de quien si no hubiese dicho “no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú”, habría sido intrascendente en la historia.

El doctor Velasco Ibarra decía: “Gobernar es sufrir”. Lo sé en carne propia. Viví 20 años de exilio, por cumplir con lo que mi conciencia dictaba y hacer en el gobierno lo que creí que era lo mejor que debía hacer de acuerdo con lo que el presidente Durán-Ballén me había encargado hacer. No hablo teoría, hablo experiencia de vida.

Por ello sé que el momento para el presidente Lenín Moreno es un momento supremo, es el límite, es no poder ir más allá y enfrentarse a dos opciones: actuar heroicamente o morir.

Sí, opciones que enfrenta por una confluencia impresionante de factores externos, como el COVID-19, la baja del precio del petróleo, y de otros productos de exportación. Es decir, palo a las cuentas fiscales, palo a la balanza de pagos, palo a toda la sociedad.

Pero esos “shocks externos” hallaron el terreno más fértil para magnificar el problema: la salvaje (y uso ese término porque las palabras más adecuadas no se pueden usar en este medio) forma en la cual la FaRC, familia revolución ciudadana, dejó la economía del Ecuador; debidamente advertida, debidamente documentada por muchos en tantas y tantas ocasiones, cosa que recibía la burla de los genios de que “el mejor ahorro es la inversión”. Supongo que ellos dirán que hoy vamos a salir de la crisis vendiendo El Aromo, haciendo líquidos los sobredimensionamientos de las centrales hidroeléctricas además sin funcionar. Y finalmente la incuestionable falta de ajuste de ese sector público gigante, que es la causa primaria del problema, cosa que debió haber comenzado en forma mucho más decidida hace ya bastante tiempo. Este grave error, a diferencia de los de la FaRC, es de omisión, pero no de odio y mala fe, como fue saquear las reservas del BCE y demás barbaries de la FaRC.

Hoy el presidente Moreno enfrenta, entonces, la hora de la verdad. Con sueldos ya atrasados, con gigantes cantidades de dinero que se le deben a los GAD, con planillas atrasadas que han quebrado ya a algunas empresas y contratistas del sector público, y que están quebrando a otras, con hospitales privados e instituciones como la Junta de Beneficencia y Solca impagas, con empresas y un sinnúmero de instituciones más a las cuales la devolución del IVA (cosa impresentable) no se ha dado por la caja fiscal en soletas, con exportadores que no reciben su drawback, con una seguridad social que está a punto de no poder afrontar sus compromisos de caja y, por sobre todo, con gente sin comer, y con enfermos sin camas, con falta de suministros médicos y medicinas, queda claro, absolutamente claro, que no es ni legal, ni lógico, y peor moral, el que venga nueva deuda para seguir alimentando un aparato estatal de descomunales dimensiones.

La ley es clara, y el sentido común lo demanda: no se puede pagar gasto corriente con deuda. Esta realidad legal, sumada a la realidad de la caja fiscal han puesto al presidente en la hora de la verdad. O se inicia la gran transformación de la farsa de modelo de la FaRC, sobre la cual se han dado pasos, pero no los suficientes ni con la profundidad debida, o el monstruo nos devora, y no podremos sacar cabeza de esta tremenda crisis.

No va más. No hay tiempo ni espacio. Si el presidente hace que el cáliz pase de sus manos, este pasará al caos, al descontrol, a algo simple que se resume en una frase que muchos dicen: “Cualquier cosa puede pasar”.

Si el presidente actúa como debe, hará lo más importante que tiene que hacer un estadista: cumplir primero y ante todo con el reto que le pone la historia. (O)