El confinamiento ha hecho que busquemos en casa lo que habitualmente hemos consumido afuera. Convertidos en espectadores más que en lectores por la fuerza de la imagen, hemos ido a buscar en películas lo que antes nos regaló las páginas de una buena novela. Si le seguimos el hilo a nuestra necesidad de abrevar ficciones, basta pensar que de la recepción auditiva en torno de un juglar se pasó al acto solitario de leer. Leyendo, en el maravilloso desciframiento mental de los signos, venimos de siglos de solaz y de estudio.

Los inventos le dieron una voltereta a esa práctica. Mi infancia se detuvo junto a una radio y escuchó toda clase de seriales, a los diez años debo de haber visto televisión por primera vez y ya era una asidua del cine, ahora veo series en cualquier clase de pantallas, todo esto sin abandonar mi indeclinable fidelidad a los libros. Ellos primero, ellos por encima de todo. El resultado es que la realidad inmediata –por dura y atroz que fuere– sale perdiendo frente a esta poderosa vocación por las historias inventadas, por los diálogos imaginarios, por los paisajes manipulados, por los exabruptos de la psiquis.

Lo positivo de este arraigado trajín es que el arte literario avanza a contrapelo de la realidad, la cuestiona, complementa y corrige. Cuando mira al pasado imagina lo que pudo ser y abunda en la información que los historiadores consideraron secundaria; cuando se alimenta de los datos más cercanos a la escritura, pone énfasis en las facetas encubiertas o marginales que pasan inadvertidas para la mayoría (es de prever el estallido de historias que pondrán una pica en la pandemia); cuando sueña el futuro, abre caminos inusitados al mundo de lo posible.

En días recientes he visto algunas series en actitud de búsqueda de narcóticos, que no es la adecuada para hacer buenos descubrimientos, pero la psiquis inquieta y lastimada necesitaba de cierto bovarismo: ninguna me regaló escapatoria. Tal vez no elegí las adecuadas. Solo consigo sufrir más cuando la sangre ficticia riega las pantallas por muy falsa que sea. ¿Por qué la titulada Freud, dedicada a la juventud del padre del psicoanálisis convierte al célebre pensador en un detective que va de caso en caso en medio de mutilaciones, espiritismo y consumo de cocaína? Casi no hay base biográfica para muchos de los sucesos captados, excepto el antisemitismo que lo hizo un extraño dentro de la sociedad vienesa y el consumo de la droga.

Unorthodox o Poco ortodoxa es una microserie de solamente cuatro capítulos que recrea la huida de una muchacha de la comunidad ultraortodoxa judía de un barrio de Brooklyn, forzada por tradición y educación a una vida conyugal de ataduras extremas. Cualquiera que la vea se admirará de cómo un núcleo humano puede aislarse de las expresiones de la posmodernidad para cumplir metas que los ligan a los hebreos escapados del faraón por decisión de Dios. Y encontrará otra muestra elocuente de la suerte de las mujeres en las sociedades especialmente patriarcales. A ratos picoteé en La chicas del cable, española, pero la encontré pésima, con los peores diálogos que he leído en los últimos tiempos. En otros, en Knightfall para imaginar los esfuerzos de los templarios buscando el santo grial.

Sin embargo, vuelvo a los libros. (O)