La crisis del COVID-19 en Guayaquil se ha visto agravada por el colapso del sistema de autoridad política articulado por el Municipio de la ciudad. Cynthia Viteri cometió un error costosísimo, garrafal, con la famosa prohibición de los vuelos humanitarios, a lo que siguió su obligado encierro por contagio del virus. Quedó fuera de juego y desprestigiada. Ha salido ahora del confinamiento dispuesta a recuperar protagonismo al estilo tradicional: criticar por todos los medios al gobierno central. Incluso utilizó el programa del periodista Fernando del Rincón para soltar sus acusaciones. Se unió a la irresponsabilidad de un cierto periodismo que encubre la superficialidad con la que trata los temas, en un show de firmeza, denuncia y heroísmo. Bien ha hecho el vicepresidente, jugado a fondo en esta crisis pandémica, en sugerirle a Viteri hablar menos y trabajar más.

El vacío político creado por la alcaldesa tuvo que ser cubierto por el gobierno central, pero el largo reinado socialcristiano en la ciudad acostumbró a Guayaquil a otro sistema de autoridad política, de modo que el relevo ha funcionado solo parcialmente. Y hoy en plena crisis, con escenas dramáticas por el manejo sobre todo de los cadáveres, han estallado las tensiones entre gobierno local y central. Guayaquil constituyó en los últimos años un sistema político que opera básicamente desde el gobierno municipal. Sus habitantes obedecen al alcalde. El alcalde manda, organiza, moviliza y coordina los esfuerzos locales. El gobierno central no tiene la presencia ni legitimidad para actuar eficazmente por sí solo. Sigue siendo un ente extraño.

El vacío dejado por Viteri, que ahora le plantea a Guayaquil un problema muy complejo de autoridad política, debió ser llenado con medidas de excepción por el gobierno central, como fue declararla Zona de Seguridad Nacional y ponerla bajo el control estricto de las FF. AA. La idea ha sido disciplinar a una ciudad retratada como ingobernable, desorganizada e irresponsable. El disciplinamiento va acompañado de estigmatización. Una sociedad indisciplinada necesita la presencia autoritaria del Estado central, cuando Guayaquil requiere la mediación e intervención de su gobierno local para operar.

La crisis de autoridad política agravó la crisis sanitaria. No logramos ver bien, por la cantidad de contagios, el funcionamiento de las infraestructuras sanitarias. ¿Cómo está el servicio del Seguro Social, la red hospitalaria privada y la de beneficencia? Solo vemos los números alarmantes de expansión del virus. La impresión es que el sistema público, con el Seguro Social a la cabeza, opera muy mal, sin recursos, con demandas insatisfechas desde tiempo atrás y una corrupción crónica.

Precariedad de la infraestructura hospitalaria, vacío de autoridad política y dificultad para establecer cercos epidemiológicos efectivos son las tres crisis que han puesto a Guayaquil en el centro de la atención internacional como lamentable ejemplo de un sistema ineficaz de manejo de la pandemia. ¡Qué desafío y responsabilidad para la alcaldesa y el gobierno revertir esa imagen y frenar el contagio! De vuelta al campo, liberada del confinamiento, Viteri tiene que restablecer su autoridad y a la vez generar un espacio de cooperación con el gobierno central, en lugar de alimentar la irresponsabilidad del conflicto y el superficial discurso de un periodismo solo preocupado en su heroicidad. (O)