El Ecuador soporta el ataque del terrorismo informático. Se trata de un agente más veloz, sutil y deletéreo que el coronavirus. Un fenómeno más antiguo que William Randolph Hearst, Joseph Goebbels y Carlos Ochoa. Una estrategia de adquisición del control mediante la desestabilización del Estado, que puede servir para eternizar a un determinado gobierno o para derrocarlo, y que se funda en la relación simbiótica que existe entre el poder y la información. Aunque se acusa de su planificación y ejecución a determinados grupos o movimientos, lo inadvertido de esta difusión del terror radica en el hecho de que, en la época actual de la hiperinflación informativa instantánea y omnipresente, el terrorismo informático convierte a todos los ciudadanos en “portadores sanos incautos” e involuntarios vectores de transmisión.
Ingenuamente, reenviamos casi todo lo que nos llega como “información, precauciones y advertencias” sobre la pandemia, sin posibilidad de comprobar su veracidad y fuente. Es un efecto secundario del aislamiento y de nuestra necesidad de mantenernos “en contacto” del único modo posible en esta cuarentena. Previamente, ya empezamos a prescindir del encuentro con el cuerpo y la palabra física de nuestros semejantes en esta época, en la que cada quien pasa más tiempo sumido en su propia pantalla. Esta cuarentena impone restricciones a una sociedad predispuesta a privilegiar las “tele relaciones”. En esas condiciones, cada uno es un potencial transmisor de informaciones falsas acerca de la situación actual, generadas por quién sabe qué sujetos y organizaciones, y destinadas a generar terrores y desestabilizar algunos gobiernos, o justificar las arbitrarias decisiones de otros.
Sectores afines al presidente Lenín Moreno han acusado al sentenciado Rafael Correa Delgado de dirigir una campaña de terrorismo informático en contra del régimen, para eludir el veredicto y el cumplimiento de la pena a la que ha sido condenado. El argumento reposa en ciertas declaraciones de Correa pidiendo la renuncia de Moreno y sugiriendo que Jorge Glas lo haría mejor. Personalmente, considero que la “propuesta” de Correa no alcanza a constituir terrorismo informático: le falta inteligencia y sutileza; en el mejor de los casos, merece figurar en alguna antología del disparate. Porque del terrorismo informático solo se sabe a posteriori, por sus efectos y consecuencias, y desconocemos a qué organización podría interesarle exagerar y presentar la más caótica situación del Ecuador en este momento y ante el planeta.
El terrorismo informático puede parasitar, inclusive, los medios formales y bien estructurados, influyendo sobre la conducta de periodistas aparentemente experimentados, sin que ellos se den cuenta. Por ejemplo, la supuesta entrevista en CNN donde un omnisciente Fernando del Rincón “arrincona” a una imperturbable María Paula Romo, en lugar de entrevistarla, nos invita a pensar si las más prestigiosas cadenas y los comunicadores más duchos están a salvo de esta influencia larvada. En cualquier caso, como ya lo han señalado otros columnistas en esta página y en otros medios, la crisis presente testimonia la necesidad de un Estado consistente, soberano y eficiente, que no es lo mismo que hipertrófico e incompetente como el ecuatoriano, y ello empieza por el sostenimiento de una política de comunicación ética, no propagandística y verosímil, para contrarrestar el inevitable terrorismo informático. (O)