Antes de la cuarentena, muchos vivíamos observando hacia un costado. Esquivábamos la mirada de nuestra pareja evitando enfrentar o analizar si éramos felices en nuestra relación, y huíamos de temas incómodos con nuestros hijos. Nuestros días siempre estaban llenos de reuniones, llamadas, trabajo por entregar y muchos pendientes. Llegábamos a la casa tarde y exhaustos, tal vez, ni siquiera cenábamos para enseguida sentarnos frente al televisor esperando que nos llegue sueño y dormir. Al día siguiente, se repetía la rutina como un círculo infinito, pero llegó un virus que nos obligó a encerrarnos para poder estar a salvo, y no tuvimos escapatoria, tuvimos que mirarnos.

Creo que el coronavirus es una lupa que muestra sin ambages lo que somos, tenemos y queremos realmente. Conozco historias de matrimonios que solo sonreían abrazados para las redes con frases relacionadas al amor eterno, pero en cuarentena las heridas se volvieron evidentes. Padres que están empezando a conocer a sus hijos, ahora que desaparecieron los distractores que evitaban las conversaciones. Parejas que deben estar separadas y este es el momento para evaluar y plantearse qué tan fuerte está su relación. Hijos que no visitaban a sus mayores, pero ahora los extrañan y ansían volver a abrazarlos. Distanciamientos que desean reconciliaciones. Todo está expuesto, no podemos ser esquivos, es tiempo de enfrentarnos con nuestra realidad.

Por consiguiente, vivimos tiempos intensos. Más allá del miedo al contagio per se, el encierro está sacando la esencia de las personas, con todo lo positivo y negativo que esto conlleva. A ratos nos invaden la incertidumbre, tristeza, frustración, agobio y, también, muchas ganas de llorar, pero es comprensible, el porvenir lo vemos confuso y atemorizante. Sin embargo, creo que tenemos frente a nosotros una gran oportunidad para arreglar conflictos familiares, redescubrirnos como personas y hablar. Antes, pasábamos los días postergando hacer cosas y afrontar situaciones por falta de tiempo, bueno, la vida nos está regalando este momento. ¿Qué vamos a hacer con él? ¿Y si hablamos con nuestra pareja de aquello que nos molesta y lo resolvemos? ¿Conocen cuáles son los sueños y temores de sus hijos? ¿Qué tal si nos damos la oportunidad para volver a empezar?

Estoy convencida de que cuando todo termine y superemos esta crisis, ninguno de nosotros será igual que antes, y es necesario no serlo. En algunas familias faltarán personas, el corazón lo llevaremos sensible, tendremos instalados nuevos protocolos sociales, empezaremos a ver la vida diferente, pero especialmente, confío en que hayamos aprendido que durante los momentos difíciles, cuando la enfermedad o la muerte nos acecha; no hay dinero, cargo, o contacto social que ayude, lo único que tenemos es nuestra férrea decisión para resistir y avanzar, aún con temor, pero sin rendirnos.

Finalmente, bajo esta lupa de situaciones y emociones, detengamos el paso para analizar hacia dónde queremos llevar nuestra vida a partir de ahora, es necesario tomar riesgos y dejar de tener miedo. Las prioridades deben estar claras, por tanto, comparto con ustedes las palabras de Mario Benedetti: “Algunas cosas del pasado desaparecieron, pero otras abren una brecha al futuro y son las que quiero rescatar”. (O)