Parásitos, la película del director surcoreano Bong Joon Ho, que acaba de ganar el premio Óscar, lanza una mirada patética y cruda de las dramáticas convivencias e interacciones entre clases sociales en las sociedades capitalistas del siglo XXI. La película retrata las inmensas desigualdades de clase, con sus formas de resentimiento, desprecio, pequeños atisbos de solidaridad por conveniencia, cuyo desenlace termina siendo una inesperada, cruel y brutal violencia. Describe, finalmente, la imposible relación de clases en medio de la opulencia absoluta y la miseria, la estupidez e irracionalidad de la abundancia, y la lucha diaria por apenas sobrevivir, con sus marcadores sociales y culturales de distinción y diferenciación jerárquica y de poder. De modo metafórico, la película proyecta esa distancia insalvable entre mundos sociales a través del extraño olor que despiden los pobres y lo perciben los ricos, a suciedad, sudor, multitud, un olor inconfundible que invade todos los espacios refinados para recordarles su imposible aislamiento.

La historia de Parásitos transcurre en una lujosa residencia convertida en efímero territorio conquistado por una familia lumpen, cuyos integrantes son contratados para cumplir distintos trabajos sin que sus patrones se enteren del parentesco entre ellos. La primera parte de la película muestra el ingenio de la familia pobre para aproximarse a ese mundo social distante de lujo y riqueza. La tragedia estalla, literalmente, cuando apenas empiezan a disfrutar de la comodidad y fascinación del sorprendente espacio social conquistado. El ingenio como estrategia para cruzar fronteras sociales se convierte repentinamente en una horrorosa y trágica pesadilla.

La historia fantasiosa de la familia pobre se rompe cuando entra en escena la anterior ama de llaves con su propia vida parasitaria: en un búnker de la casa escondía a su marido a quien alimentaba en secreto desde hace años, en la oscuridad y el aislamiento absoluto. El encuentro entre la familia impostora con la otra realidad parasitaria, lejos de generar una solidaridad entre pobres, una cierta complicidad de clase frente a los ricos, termina en un gran enfrentamiento entre ellos y luego en una violencia entre clases impactante. Entran en escena el odio, el resentimiento, la humillación, la necesidad de venganza. El propio director ha dicho de su película lo siguiente: “Lo doloroso es que no conocemos una alternativa al capitalismo y cada vez parece más difícil subir de una clase social a otra”.

El final de la película sugiere la capitalista como única vía para encontrar salidas a los abismos y dramas de clase que construye el sistema: para liberar al padre de la familia impostora que logró refugiarse en el lugar parasitario de los pobres, dentro de la misma residencia lujosa, su hijo tendrá que realizar el sueño de comprar la mansión. Un mundo social subterráneo, parasitario, lúgubre, incomunicado, entre los propios pobres y en la interacción entre clases, habita las sociedades capitalistas contemporáneas. Cuando sale a flote y se hace visible, cuando las clases se encuentran de modo inesperado, el resultado es una violencia que golpea, duele y deshumaniza a todos. (O)