Sentados en la vereda para ver pasar el cadáver del Gobierno, los políticos de todos los colores han visto desfilar el suyo propio. Enfrascados en calificar a las medidas económicas como tibias, insuficientes, equivocadas e inútiles para superar los problemas de fondo, no entienden que ahora el problema es de ellos. Lo es doblemente. Primero, porque si llegan al gobierno en el 2021 y no se han hecho previamente las reformas necesarias, tendrán que inaugurarse con un ajuste que transformará en octubre al mayo de la posesión. Segundo, porque ahora la pelota pasó a su cancha, la de la Asamblea, donde tendrán que aprobar la propuesta gubernamental o encontrar soluciones efectivas, que son dos cosas que nunca han querido hacer.

Es difícil no estar de acuerdo con que, en términos económicos, las medidas pueden ser calificadas con una montaña de adjetivos peyorativos, pero también es innegable que, en términos políticos, el Gobierno es el ganador. Dando unos pasos atrás en el tiempo se puede ver el panorama total. Desde que comenzó a manifestarse la ruptura con el correísmo, el Gobierno fue asediado por unos y abandonado por otros. La reacción de sus excompañeros era obvia y estaba destinada a radicalizarse hasta alcanzar el nivel de la conspiración. Sus fuerzas, transformadas en artillería, se concentraron en el derrocamiento, que pasó a ser la condición indispensable para el retorno del líder. Pero no tiene nada de comprensible la posición de los que decían que se debían superar los diez años y evitar que volvieran esos tiempos. Sin comprender que la ruptura no podía ser más rápida y que el ritmo que esta alcanzara dependía en gran medida del apoyo que ellos pudieran dar, tomaron distancia e incluso en no pocas ocasiones se situaron en el bando de los que buscaban el fracaso gubernamental (están frescas las declaraciones de octubre que hacían el juego a quienes incendiaban el país).

Entre los unos y los otros le encerraron al Gobierno en unos márgenes tan estrechos que quedó con menos espacio que una junta parroquial para la toma de decisiones. A esto hay que sumarle sus propias limitaciones, especialmente la ausencia de cuadros y la escasa o nula confianza que puede tener en sus propios integrantes y sobre todo en una bancada legislativa que, cálculos de por medio, vota en contra de sus iniciativas. Todo ello le llevó a convertirse en el gobierno más débil del período democrático, del que no se podía esperar un programa de ajuste drástico y mucho menos un cambio del modelo económico, como proclaman los ilusos. En esa condición, que el Gobierno haya logrado asegurar su llegada hasta fin de este año y, posiblemente, hasta la conclusión de su mandato, es un triunfo. Lo es, además, porque con esa tibieza puso en manos del correísmo, de sus socios varguistas y de los que no entienden que hay que hacer el trabajo sucio, una papa caliente que ahora tendrán que comérsela o tirarla a un lado. Lo que hagan, ya será cosa de ellos. (O)