Espulgo los diarios más influyentes de la nación con la esperanza de encontrar una sola noticia que me dé a saber que Ecuador por fin está saliendo de esa corrupción ampliada, perfeccionada, por Correa y sus cofrades, pero la noticia no se forma debido a la depravación que se ha apoltronado en todos los tejidos de la administración nacional.
Causa inquina observar cómo los corruptos enjuiciados y castigados, con sentencias que más parecen caricias, salen de la corte sin ápice de vergüenza por las pillerías por las que fueron castigados y sacando pecho, levantando los brazos, con gestos y sonrisas de triunfo se enorgullecen, ante ignaros que los aplauden sin importarles que aquellos sinvergüenzas son sus mismísimos verdugos miembros de la jauría de mafiosos que los tiene en la mendicidad, que son parte de los mentalizadores y ejecutores del monstruoso e histórico robo a la nación.
“Mi deber primordial es darle seguridad económica a mi famila”; “necesitamos un préstamo de cuarenta millones para saber qué nos hace falta”; “la cantidad robada es mínima”; “el 98% del equipo de escrutinio es absoleto, tiene 8 años de servicio”; declaraciones de mandantes. Dichas letras esconden esta pavorosa verdad: ninguno de ellos demuestra voluntad para trabajar por la patria, ni para el cumplimiento de sus obligaciones en el trabajo para el que fueron electos. Los cacareos solo anuncian oportunismo, que les importa un bledo la caótica situación económica del país y menos les interesa encontrar soluciones a la desesperante pobreza en la que se debate la mayoría de los nacionales.(O)
Luis Arturo Moncayo Figueroa,
Santa Ana, California, EE. UU.