Es un tema que me atrae. Sobre la amistad y la familia he ocupado muchos renglones de esta columna. El tema fue siempre el mismo, diversas las circunstancias. Cuando las sociedades se tambalean algo pasa con la vida familiar. La historia está llena de testimonios al respecto. En mi deambular constante por los linderos de aquello que pudo ser me encuentro con testimonios que configuran estilos de vida moderna ajenos a patrones familiares que conozco y vivo, heredados como algo natural y hasta cierto punto lógico y apropiado.

El cambio de época que nos evalúa de manera veloz e implacable nos deja mal parados. Es mi criterio. Los cambios llegaron en tropel mientras nosotros gateábamos en las cercanías de lo desconocido e inesperado. Cuando llegan estos remezones generacionales no hay espacio para pensar en desacelerar su insurgencia ni modo de parar su ingreso. En estos casos, como ahora, estamos a merced de aquello que nos depare el día que está por venir.

El torbellino al que aludo destruye lo inconsistente. Por suerte, existen construcciones y convicciones bien cimentadas, listas para resistir vendavales. El sábado catorce de marzo nos reuniremos parte de los descendientes de Ignacio Samaniego y Lucinda Sáenz y, específicamente, de entre ellos, los descendientes de Camilo Samaniego Sáenz y Zoila Ávila Moscoso. ¿Por qué estos nombres en esta columna que trasciende los intereses de una familia? Por una simple razón, muy didáctica, que me permito explicarla a continuación.

Todo agricultor, por más bisoño que sea, sabe que la fortaleza de una planta se halla en sus raíces; es por esto que se empeña en cuidar la tierra que las alberga, la abona, la libra de malezas. Esto sucede con la estructura familiar. Quisiera saber, al final de la lectura de estas frases, si mis lectores pueden sentarse y escribir su genealogía, un poco más atrás del nombre de sus padres, es decir: al menos cuáles son los hermanos de papá y mamá y quienes fueron los abuelos de sus padres, dónde viven, cuántos hijos tuvieron, etcétera. Creo que la respuesta a esta intromisión ya la conocen. Fue mi padre, fallecido a los noventa y cinco años, quien nos proporcionó las luces para iluminar la génesis de nuestro túnel familiar.

En estos días, en Gualaquiza, nos reuniremos los descendientes de Camilo y Zoila, es decir, los hijos, nietos y bisnietos de Aurelio, Miguel, David, Cristina, Camilo, Florencio, María Carmen y Zoila Rosa. ¿Cuántos estaremos? Difícil pronóstico. Es la primera vez que estaremos juntos los emparentados por Samaniego-Ávila. Reuniones similares, otrora comentadas, fueron con familiares de mamá, los Torres-Íñiguez.

¿Para qué todo este largo preámbulo? Para aseverar que muy atrás queda la fuente de nuestras buenas o malas costumbres. Esos abuelos, bisabuelos, padres y tíos sembraron valores en nuestras vidas tales como el respeto a los mayores, el amor a Dios y a la patria; la honradez, el trabajo y la solidaridad; la autoestima y la responsabilidad social. Fuimos engendrados para ser personas de bien. Acercarnos a nuestro pasado es intentar comprender nuestro presente. No es fácil reunir a la familia, pero vale la pena. Nuestra sociedad lo reclama.