Si hubiera algo de coherencia, las organizaciones indígenas deberían rechazar frontalmente los argumentos del abogado Ernesto Pazmiño en la defensa a los acusados del incendio de la Contraloría. Para eximirlos de culpa, el abogado recurre al racismo más primitivo, aquel que ya fue puesto en cuestión en los primeros años de la colonización por Bartolomé de las Casas en su enfrentamiento con Juan Ginés de Sepúlveda. El dominico se empeñaba en demostrar que los indígenas eran seres racionales, que podían pensar, discernir y tomar decisiones, mientras el otro consideraba que eran incapaces de todo ello. Desafortunadamente, aunque las leyes coloniales y posteriormente las republicanas aparentemente se guiaron por los criterios de don Bartolomé, en el imaginario colectivo siempre estuvo agazapado un Sepúlveda que, implícita o explícitamente, negaba la racionalidad de los indígenas.

Ese Sepúlveda aparece ahora en una defensa que intenta infantilizar no solamente a los involucrados, sino a los indígenas como un todo. “¿Tienen ellos la comprensión, dentro de su cultura, de qué significa el delito de sabotaje? ¿Qué significa el delito de destrucción de bienes públicos, de destrucción de archivos?” se pregunta el abogado, como si el problema fuera el desconocimiento del significado de conceptos como sabotaje y no el incendio de un edificio cualquiera que sea. De lo que se conoce, los indígenas no andan por ahí incendiando lo primero que encuentran. Pero la conclusión lógica a la que se llega con el razonamiento del abogado es que la ausencia de razonamiento de esas personas les faculta a quemar lo que a bien tengan mientras alguien (que seguramente será un blanco o un mestizo) no les expliquen que eso es un delito en la ciudad como lo es en su comunidad. Y, para ahondar en la infantilización, alude a “declaraciones de unos chicos indígenas que [por] primera vez estaban en Quito, recién conocían la capital, y decían ‘yo no sabía que eso era Contraloría’”.

Aparte de la sorprendente concepción del ser humano que se encuentra en esa defensa, el abogado coloca a los indígenas al margen de principios básicos del derecho, como el que señala que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Acudir a la condición de indígenas para usar ese desconocimiento como justificación de los hechos es una forma de violar también otros principios, esta vez los del multiculturalismo y la plurinacionalidad. El reconocimiento de la diversidad no significa establecer diferencias que pueden llegar a convertirse en privilegios, como sería en este caso. Ese no es el camino para hacer respetar los valores y derechos de los pueblos indios.

Antropólogos, sociólogos y culturalistas advierten reiteradamente sobre el neocolonialismo. Se refieren a nuevas formas de dominación sobre los países y sobre los pueblos históricamente excluidos. Pero, además de esas expresiones claramente visibles, ellos aluden también a otras formas, menos evidentes, como las que se expresan en el lenguaje. Esas no vienen necesariamente desde afuera y son más peligrosas cuando se expresan con naturalidad en la propia sociedad. El Sepúlveda que llevamos dentro es el neocolonialismo más peligroso. (O)