Jorge Luis Borges nos dice en un poema que siempre tuvo horror de los espejos: “al cabo de tantos y perplejos/ años de errar bajo la varia luna,/ me pregunto qué azar de la fortuna/ hizo que yo temiera los espejos”. Ahora ciertos avatares de la gestión post mortem de su obra, “como en un sueño atroz” reflejan penosas realidades de su país, de Argentina. Un millonario quiere donar al Estado una colección de seis mil objetos relacionados con el escritor. La oferta es recibida por el presidente Alberto Fernández con un entusiasmo que lo lleva a proclamar en Twitter que Borges fue “el hombre más grande en las letras que ha tenido nuestro país”. Elogio no esperado viniendo de un mandatario peronista, tendencia que Borges no se cansó nunca de descalificar y denunciar. “Los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles”, dijo. No era gratuita la inquina que tenía a los seguidores de Perón, pues este dictador lo persiguió y lo destituyó de su cargo en la Biblioteca Nacional, nombrándolo inspector en un matadero de gallinas. Su hostilidad al populismo no es algo accidental, no es un resentimiento que aflora en algunas frases, es una posición que dimana de ideas que penetran y modelan su obra.
La comedia se complicó con la salida al ruedo de la viuda del escritor, María Kodama, quien sostiene que la mayor parte de esa donación sería robada o mal habida. Como en ocasiones anteriores, ella y sus abogados han insinuado o expresado que libros, manuscritos y hasta dinero fueron sustraídos por el ama de llaves del autor, Fanny Úveda de Robledo. Durante décadas ella fue los ojos y las manos que ponían en contacto con la realidad cotidiana al gran ciego y a su madre, doña Leonor Acevedo. La familia de la empleada fallecida en 2006 ha mostrado al diario Clarín la casa en que viven, una chabola sin agua potable, y dicen “este es el palacio que compramos con lo que Fanny robó”. Manuel se llama el nieto, se lo pusieron por Juan Manuel Rosas, el dictador aborrecido por Borges, al que llamó “la recóndita araña de Palermo”, pero la idea original había sido ponerle Juan Domingo por Perón, cambiada por intervención de doña Leonor. Dos familias incompletas conviviendo en el mismo espacio en dos dimensiones de realidad separadas.
No extraña por eso la afirmación de la hija y el nieto de la señora de Robledo, que jamás ninguno de los tres leyó un libro del ganador del Premio Príncipe de Asturias. “No lo entendemos” argumentan. Cosas parecidas me han dicho muchas personas en Argentina y otros países sudamericanos. Volúmenes que fueron destilados en los pasadizos de bibliotecas y luego en un mundo de memorias de libros envuelto en una perpetua niebla amarilla, intencionadamente elitistas, no pueden ser digeridos por el inframundo cultural en el que medra el populismo. En esta dimensión donde los libros ni se leen ni se entienden, entonces, es posible seguir siendo peronista y simultáneamente considerar a Borges el mejor escritor argentino de todos los tiempos. (O)