Hemos comenzado la Cuaresma; tiempo en que nos preparamos a celebrar el evento en el que Uno se ofreció a morir y murió voluntariamente por la vida del pueblo.

Los humanos buscamos la vida, el triunfo, el gozo. La esperanza mitiga el dolor, que es ajeno a la vida y al mismo tiempo unido a ella: los niños, al nacer, manifiestan con llanto que están vivos.

El desarrollo de los humanos es un proceso, en el que juntan la muerte y la vida: “Si el grano de trigo no muere, no da fruto”, dice Jesús: Él confirmó la perfección de su humanidad en el triunfo de la vida sobre la muerte.

El programa de vida del hombre es la búsqueda de la felicidad. En desarrollo de esta búsqueda hay quienes no descubren la realidad de la unión de la vida humana con la muerte, del gozo con el dolor. Algunos que intuyen esta unión pretenden separar y hasta romper el nexo entre el dolor y el gozo, entre la vida y la muerte.

¿Por qué? Porque a contraluz de la bondad de la vida, del gozo, del triunfo, está el aguijón del dolor, al dar a luz, del esfuerzo, de la constancia.

La persona, la sociedad humana, ha buscado y busca separar lo inseparable: el triunfo del esfuerzo.

La realidad tejida solo con hilos de vida, gozo, triunfo, creatividad, constancia, no es humana. Tampoco es humana la tejida solo con hilos muerte, dolor, enfermedad, ignorancia, esfuerzo. En la entraña de toda realidad humana hay la sed de trascender, de ser feliz hoy más que ayer. No solo desea; exige más, siempre más, a menor costo.

La persona en general hoy tiene más que ayer: vestidos, alimento y medios de transporte, más comodidades que los abuelos; pero generalmente es menos feliz. ¿Por qué?

Vivimos en la sociedad que hemos desorganizado; sociedad en la que el esfuerzo es para el otro, el triunfo para mí. En una tal sociedad nadie está satisfecho; todos queremos recibir más y contribuir menos. En esa sociedad, la sociedad de la insatisfacción, no importa que hoy recibamos más y contribuyamos menos.

Si, buscando la felicidad, nos encerramos en el yo, en el hoy y en el aquí, nos encontramos con la insatisfacción. Aún la insatisfacción, si está abierta, dentro de su vaciedad, queda algo positivo: Una fuerza de adelanto social; pues busca elementos nuevos para caminar hacia adelante. Encerrada en “para mí nomás” en lugar de la felicidad, encuentra insatisfacción, esterilidad: el yo exige, para ser y crecer, el nosotros. Sin el nosotros, el presente y el futuro del YO es la frustración.

Más allá de la carencia de bienes materiales o inmateriales; la frustración es la percepción –de que otros deciden por mí– de que no tengo derecho efectivo de vivir responsablemente, por la fuerza de las estructuras, o porque he renunciado a vivir como persona humana, refugiándome en la queja.

La historia se escribe con la responsabilidad del hombre y con la ayuda de Dios. Dios nos creó sin nosotros; no nos salva sin nosotros. (O)