La historia de la arquitectura es mucho más que la secuencia cronológica de los estilos arquitectónicos a través del tiempo. Cada estilo, vinculado a una época y a un sitio en particular, es el referente de una sociedad y de cómo esta decidió resolver los problemas que debió enfrentar. Por ello, enseñarles la historia de la arquitectura a los estudiantes universitarios no es un memorismo estilístico; es abrirles un compendio de referentes de cómo los arquitectos nos hemos dedicado a través de los siglos a ejercer lo esencial de nuestra profesión: resolver problemas humanos.

Bajo esa perspectiva, cada cambio que se dio en la arquitectura responde a una de las dos siguientes condiciones: o cambiaron los problemas que debimos enfrentar para el beneficio de otros; o cambió la forma como enfrentamos los problemas que los humanos tenemos que lidiar desde tiempos inmemoriales. Creo que estamos en una etapa de transición, en la cual tanto la arquitectura como el ejercicio de esta deberán adaptarse a nuevas circunstancias.

Dichos cambios han ocurrido en ocasiones anteriores y es inevitable que se vuelvan a dar. El siglo XX vio a una serie de arquitectos cuestionando el academismo obtuso que regía las artes y la arquitectura del siglo XIX. De entre ellos, quien más sobresalió fue Charles-Édouard Jeanneret, más conocido como Le Corbusier. Ante el crecimiento acelerado y dinámico de una Europa imparable, Le Corbusier buscó una arquitectura eficiente y pragmática, capaz de resolver problemas de manera rápida y masiva. No olvidemos que eran los tiempos en que la humanidad entera idolatraba a la máquina, y veía en su emulación la oportunidad de crear una sociedad eficiente y productiva. La Metrópolis, de Fritz Lang, y Mundo feliz de Aldous Huxley, eran aspiraciones de aquel entonces, que suscitaban ilusión y temor simultáneamente. Fue el propio Le Corbusier quien buscó inspiración y respuestas en otras disciplinas fuera de la academia arquitectónica de su tiempo. “Aprendamos de los ingenieros”, decía en su obra Hacia una arquitectura, mientras contemplaba la sencillez y eficiencia estética de los silos para almacenar granos, y los barcos trasatlánticos.

Actualmente, muchos culpan de soberbio a Jeanneret. En lo personal, opino que lo desatinado no han sido sus planteamientos, sino cómo nosotros los hemos convertido en doctrina. En lugar de ello, deberíamos seguir su ejemplo, para encontrar nuevas inspiraciones y nuevos ámbitos donde los arquitectos podamos seguir cumpliendo con nuestra misión: mejorar la vida de muchos, resolviendo los problemas que nos atañen a todos.

Desde siempre, la arquitectura ha sido sobre resolver problemas, principalmente a través de la manipulación y definición del espacio. La estética de un edificio bien diseñado es la estética de un problema bien resuelto, más allá del estilo y del maquillaje. Las lecciones de Le Corbusier eran para eso, para resolver problemas, sin caer en la distracción del maquillaje y de las fachadas excéntricas.

Si seguimos enseñando que la arquitectura es una forma específica de diseñar, de justificar el diseño por el diseño, las facultades de arquitectura estaremos simplemente aportando al desempleo del futuro.

Sigamos el ejemplo del maestro, sin convertir su testimonio en evangelio. (O)