Corría el mes de mayo de 1940 cuando el Viejo Continente, atónito, veía cada vez con más asombro el poderío del ejército alemán que, bajo el férreo y lúcido liderazgo de Adolfo Hitler, avanzaba por los campos franceses a paso firme, rumbo a París, seguro de vengar la ofensa de la Primera Guerra Mundial, y por qué no, consolidar un imperio más grande que el desmembrado 20 años atrás.

A pesar de las notorias desventajas de los alemanes, la brillante estrategia desplegada, el arrollador poderío de la Luftwaffe (Fuerza Aérea alemana) y el factor sorpresa que siempre los acompañó, poco a poco les permitió tomar el control de las batallas y despejar todo lo que se les ponía en frente.

La mayor parte de Europa bajo el control alemán y Francia a punto de caer. Ese era el panorama el 13 de mayo de 1940, día en que Winston Churchill fue elegido primer ministro por el Parlamento inglés, en reemplazo de Neville Chamberlain, responsable directo de la inercia y candidez británica que le permitió a Hitler avanzar tan lejos.

Fue durante esa sesión que Churchill pronunció una de sus más famosas alocuciones, en que con profunda sinceridad le dijo al pueblo británico, “...I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat...” que traducido al español significa “... no tengo nada más que ofrecer que sangre, sudor y lágrimas”.

Es que Churchill no mentía. La situación era tan agobiante que no podía ofrecer nada más que lucha y sacrificio hasta el final.

Churchill tenía muy claro que una vez caída París, Hitler vendría por la gran isla británica. 

No voy a cansarlos con el resto de la historia. A pesar de los aciagos momentos vividos, Churchill mantuvo de pie a su pueblo y con ello, la esperanza de libertad para el mundo, que se consolidó 5 años más tarde con la caída de Berlín. Evidentemente ello no habría sido posible sin Rusia ni la decisiva intervención de EE. UU. Pero a diferencia de Roosevelt, que se mantuvo al margen de la guerra hasta que le reventaron la flota del Pacífico en Pearl Harbor, y de Stalin, que inicialmente pactó con Hitler para dividirse Polonia, y solo cuando se vio amenazado por Alemania se unió a los aliados, Churchill siempre vio en Hitler una amenaza, y pese a los múltiples mensajes enviados para negociar términos de paz y cooperación, jamás torció su brazo ni su alma, de tomar el camino fácil; seguro, además, de que tarde o temprano sería traicionado.

He traído a usted, amigo lector, este pedazo de historia, a propósito de las elecciones presidenciales que se avecinan.

La situación del Ecuador no es la de Gran Bretaña en 1940, gracias a Dios; pero el deterioro acelerado de la economía, el incontrolable brote de violencia y la desinstitucionalización que vivimos, nos llevan directo a una explosión social de dimensiones incalculables.

Por tal motivo desde esta columna, con el cariño y admiración que le guardo, le pido a nuestro Winston Churchill que enfrente al enemigo y guíe a este pueblo hacia el progreso en libertad.

No esperamos más que sangre, sudor y lágrimas... (O)